sábado, 15 de octubre de 2016

Trabajo digno y sindicalismo en la globalización productiva

Adjunto a continuación el artículo que me pidieron para la Revista "TIEMPO DE PAZ", del Movimiento por la Paz -MPDL- para publicar en su número monográfico "Empresas, Responsabilidad Social y Derechos Humanos" coordinado por Ramón Jauregui :


Aunque la globalización productiva no es un fenómeno reciente, puede considerarse que sí lo es la conciencia de su importante significación, seguramente por la aceleración de algunos fenómenos y, sobre todo, por su repercusión en nuestra vida diaria, individual y colectiva. A la acentuación de su percepción ha contribuido sin duda de la crisis, una crisis económica, social, política, de civilización en muchos aspectos, y a lo que cabría añadir la incidencia de fenómenos muy dispares, entre ellos una crisis del modelo de consumo en las sociedades consideradas como más avanzadas.
Las notas que siguen constituyen algunas reflexiones desde la perspectiva sindical, es decir desde la acción colectiva para hacer frente a la incidencia de la actual coyuntura en las condiciones y relaciones de trabajo, de cómo desde tal acción colectiva se contribuye, o se puede o debe contribuir, a hacer realidad la afirmación de que “otro mundo es posible”[2].
1.- Notas sobre la globalización  
Algunas referencias a la globalización me parecen necesarias para entender mejor algunas consideraciones sobre la acción sindical en tal marco.
No se trata de un fenómeno nuevo, quizás sí lo sea en su intensidad y en algunas de sus manifestaciones, pero las tendencias a la internacionalización productiva, y con ella la del comercio, a la deslocalización, arrancan con la propia industrialización. Pero hemos pasado de la deslocalización en una comarca y en un país, a tal fenómeno en un conteniente y ya en el mundo global. Deslocalización que, no se olvide, lleva aparejada relocalización, desarrollo industrial en otras zonas, con al mismo tiempo riesgos de empobrecimiento global si esta tendencia se desarrollara de forma unívoca, pero por suerte atemperados por las exigencias, y conquistas, de derechos laborales desde los nuevos centros de producción globales.
Algunas cifras ayudan a entender las actuales dimensiones de la globalización, concretamente en relación con el protagonismo de las empresas multinacionales. Según recientes estimaciones de la Confederación Sindical Internacional, las empresas multinacionales ocupan en toda su estructura productiva y de distribución (cabecera y filiales, junto con sus proveedores, contratas y subcontratas, hasta el trabajo domiciliario) aproximadamente al 50 % de los trabajadores del mundo (aunque solamente el 3% del total en plantilla propia), producen sobre el 60 % del total de bienes y servicios, y protagonizan el 80 % del comercio entre los países del planeta.
Una fácil conclusión resulta además de estos datos: el respeto, la conquista, de los derechos del trabajo en las cadenas de valor de las multinacionales del globo tiene una evidente fuerza expansiva, constituye una decisiva contribución a la defensa de los derechos humanos en general y de la dignidad del trabajo en particular.
2.- Sobre la crisis
La crisis tiene indudablemente responsables, sectores sociales que la han provocado y de la que se han beneficiado; actores de la política nacional e internacional cuya gestión la ha facilitado. Acusar a las políticas “neoliberales” de todo ello resulta fácil, pero sólo clamar estas certezas es de dudosa utilidad. Me interesa más en este momento considerar qué respuestas, propuestas y acciones, con escasas variantes, hemos dado a tales pecados desde las organizaciones sindicales nacionales e internacionales, así como desde la “progresía” política.
La primera respuesta fue un “no a la austeridad”, y en ocasiones “que paguen los culpables”, como si el desarrollo del mundo se produjera en función de un supuesto código ético administrado por poderes extrahumanos, por un Dios que pudiera corregir los desaguisados de la Humanidad. Lo cierto es que en los países desarrollados, el primer mundo (o “el Norte”), parece haberse producido una recuperación (aunque con nubarrones no despejados) en cifras macro, un nuevo crecimiento desordenado, pero con un elevado coste traducido en un deterioro del estado de bienestar, en un retroceso en los derechos ciudadanos y laborales, con un indudable avance de la cultura de la insolidaridad expresada en los renacidos nacionalismos impregnados de xenofobia, en la respuesta al drama de los refugiados y a las migraciones de diverso origen. Un panorama en el que sin duda también ha incidido muy negativamente el terrorismo internacional.
La crisis ha potenciado en la práctica la insolidaridad sindical interregional e internacional, camuflada detrás de pomposas declaraciones. Así se han mantenido por parte de muchos sindicatos las reticencias a una negociación colectiva supranacional, europea, también a los bonos europeos, y se han impulsado medidas antidumping contra las exportaciones a Europa desde diversos países, esencialmente asiáticos, que, independientemente de estudios posiblemente correctos, hubieran debido estar precedidas de una discusión intersindical con las organizaciones sindicales de los países productores.
No quiero salir de este tema sin dejar constancia de mi opinión, expresada ya en diversas ocasiones desde el inicio de la crisis, sobre lo que hubiera tenido que ser la respuesta sindical. Partiendo la realidad de la crisis, que nadie cuestiona, entiendo que la “austeridad” era una necesidad, pero no cualquier austeridad. Asumirlo significaba plantear qué austeridad, cuánto, dónde y cómo. Con qué controles y garantías, con qué contrapartidas de presente y de futuro. Esto es por otra parte lo que se ha hecho en España en empresas con fuerte implantación sindical. Y parece que en este mismo sentido se ha llegado a acuerdos con participación sindical en algunos países nórdicos. Sin embargo a partir de tales experiencias, en general silenciadas, no se ha elaborado política sindical alguna, y tampoco han habido desde la izquierda política propuestas en tal sentido, ni en el ámbito español, ni en el europeo, ni en el internacional.
3. Eppur si muove
Diversos y dispersos avances se han sin embargo producido como consecuencia de las tensiones y contradicciones sociales en los países emergentes, de los dispersos intentos de hacer frente en ellos a las degradantes condiciones de trabajo y de vida, de la acción sindical en estos países así como en los de las casas matrices de las multinacionales que en ellos fabrican, de la repercusión de la conciencia de su posible incidencia en su reputación por parte de estas multinacionales, de la progresiva toma de conciencia mundial de tal realidad, con denuncias, gritos, informes no siempre rigurosos, pero con el indudable mérito de contribuir a que no resulte desapercibida la miseria sobre la que se construye el progreso realidad. Y se han producido también nuevas contradicciones, nuevos fenómenos de deslocalización y relocalización con crecimiento industrial, por ejemplo desde China a otros países del sudeste asiático, e incluso de cierta vuelta de producción a la cuenca mediterránea.
Expresión de todo ello no son sólo las estadísticas de los espectaculares crecimientos del PIB, de la producción y de las exportaciones de muchos de estos países emergentes. Las de los incrementos salariales en los mismos son también significativas, cuestión que no debe olvidarse a la hora de formular denuncias, pues dispersas y desorientadas denuncias podrían llevar, llevan sin duda, al olvido de que, junto al incremento de las desigualdades en un mismo país y entre países, se ha producido también una no despreciable disminución de la pobreza en el mundo, como resulta de los más de 800 millones de personas que desde 1980 a 2006 han salido de sus umbrales. Olvidar los datos y síntomas de esta realidad, genera por otra parte la paralizadora creencia de que ningún avance es posible.
Se ha producido una notable evolución de los salarios mínimos en los países emergentes, que aunque son sólo de aplicación directa, y no siempre, en la economía formal (que en algunos países resulta inferior a la informal), son también de indudable repercusión en el conjunto de la actividad en ellos. Algunas cifras sobre éstos y los salarios reales (comprobados en mis visitas[3] a fábricas proveedoras de marcas españolas de ropa) en el Sudeste Asiático y el Magreb, concretamente en la industria del vestido que produce la ropa de las grandes marcas mundiales, son:
·        En China en 2006 los salarios mínimos (distintos por regiones e incluso localidades) se situaban en torno a los 30 €uros mensuales, con retribuciones mensuales de las operarias (y los operarios) en los talleres de la confección que podían  oscilar entre 100 y 140 €uros mensuales con jornadas anuales de trabajo que podían llegar a las 3.000 horas año. En 2016, 10 años después, los salarios mínimos se sitúan en torno a los 200 €uros, con retribuciones entre los 350 y los 500 €uros mensuales con jornadas de trabajo ligeramente inferiores a aquellas.
·     En Vietnam estos mismos conceptos han pasado de 30 €uros mensuales de salario mínimo en 2008 y una retribución real de 50 a 70 €uros, a unos salarios mínimos entre 90 y 130 €uros en 2015, con una retribución efectiva de 200 a 280 €uros mensuales.
·        El salario mínimo en Bangladesh ha pasado de 36 €uros mensuales en 2013 a 68 €uros en 2015. En Camboya esta evolución ha sido desde unos 54 €uros en 2013 a 124 €uros en 2016.
·        Y en Turquía, un país con importante crecimiento económico en los últimos años y con problemas también importantes de derechos y libertades, su salario mínimo pasó de 400 € en 2014 a 518 €uros en 2016. 
Entre las iniciativas sindicales que han incidido en esta cambiante realidad cabe citar los evidentes avances en la organización sindical en algunos países, como Bangladesh y Camboya, las iniciativas de las Federaciones sindicales globales, particularmente las de IndustriALL Global Union y UNI traducidas en los Acuerdos de Bangladesh “para la prevención de incendios y la seguridad de edificios”[4], o en el proyecto ACT[5] para abrir en varios países la negociación de un salario mínimo “vital”, traducido ya en la apertura de una mesa de interlocución en Camboya (donde no existía negociación colectiva sectorial) entre los sindicatos y la organización patronal (los principales proveedores de las grandes marcas del vestido mundiales). También la aplicación de los Acuerdos Marco Globales, entre ellos los aún escasos suscritos en la industria de la ropa (con Inditex desde 2007 y con H&M desde 2015), y la más desordenada intervención sindical en la política y práctica de Responsabilidad Social de muchas multinacionales.  
4.- La Responsabilidad Social empresarial y las “cadenas de valor”. De la unilateralidad a los Acuerdos Marco
No ha sido fácil, pero ya en los últimos años hemos conseguido ir más allá de la consideración de la “Responsabilidad Social” empresarial como algo ligado a sus “Códigos éticos” unilaterales y a su “acción social” (iniciativas de beneficencia o filantropía impulsadas desde los departamentos de “reputación corporativa”), o de sus también unilaterales “Códigos de Conducta”, a veces más serios, de mayor interés por su contenido y práctica, pero no siempre acompañados de iniciativa, de intervención, por parte del sindicalismo organizado.
La “acción social” no era, no es, más que beneficencia o filantropía, en la línea de las propuestas de Friedman, nada que ver con el concepto de “responsabilidad social” finalmente acuñado por la Comisión Europea y relacionado con al “impacto” de la propia actividad empresarial. En cuanto a los códigos unilaterales, se trata esencialmente de normas “voluntarias”, aunque exigibles socialmente en cuanto son compromisos públicos, de aplicación siempre cuestionable y en general solamente a los ámbitos de la casa matriz de las multinacionales y sus filiales. Tampoco van más allá de ese ámbito muchos de los Acuerdos Marco, sobre todo los pactados en una primera etapa con los sindicatos de la cabecera de la multinacional o con los Comités de Empresa europeos.
Para ilustrar con un ejemplo de qué estamos hablando al abordar el tema de los AMG, pueden servir las cifras de Inditex, la multinacional española primera distribuidora mundial de ropa. En España cuenta con unos 50.000 trabajadores (fábricas, logística y tiendas) y 150.000 en todo el mundo (esencialmente tiendas), pero para la que trabajan (para la producción cada año de unos 1.200 millones de unidades de ropa y complementos) 1,5 millones de trabajadores en casi 6.000 fábricas de 45 países de 4 continentes.
Son estas cadenas de valor las que integran el ámbito global antes señalado, a partir de las estimaciones de la CSI, sobre trabajadores, producto y comercio, mundiales. Es en relación con el conjunto de este entramado industrial que hay que plantearse cómo intervenir para la defensa de la dignidad del trabajo.  
Han habido numerosas experiencias en el tránsito de la unilateralidad a la contractualización, pero el punto de inflexión lo ha constituido el mencionado Acuerdo de Bangladesh tras la tragedia de Rana Plaza en 2013 y la ya señalada iniciativa ACT acordada por 15 grandes marcas con IndustriALL Global Union. A partir de ellas se ha intensificado la acción sindical para alcanzar Acuerdos Marco con las multinacionales. La firma en otoño 2015 del suscrito por H&M con IndustriALL Global Union ha significado un importante impulso en el ámbito de la industria de la moda, donde sólo había uno significativo, el suscrito en 2007 con  la española Inditex.  
Para los “Grupos de Interés”, particularmente para el sindicalismo organizado, los Acuerdos Marco suponen un cambio esencial en su implicación en la defensa del trabajo decente, pasando de la denuncia de los problemas detectados a la corresponsabilidad, a una permanente intervención, sin esperar a que estallen los problemas, precisamente para evitarlos.
La Conferencia de la OIT de 2016 puede considerarse por otra parte la definitiva asunción de que sólo puede hablarse de acción por el “trabajo decente” desde la iniciativa empresarial, y también sindical, si se proyecta sobre toda la “cadena de valor”, es decir sobre toda la estructura de producción o suministro, así como la de distribución, integrada por todas sus filiales y todos sus proveedores, así como todas sus contratas y subcontratas, llegando también al trabajo doméstico, un entramado empresarial mayoritariamente sin relación societaria con sus clientes multinacionales, pero absolutamente dependiente de éstas.
El mérito esencial de esta Conferencia reside en el hecho de haber establecido en su Orden del Día una Comisión de Trabajo con el título de “El trabajo decente en las cadenas mundiales de suministro”, aunque luego su Resolución no haya ido más allá de dejar constancia de la significación del problema, sin, aún, iniciativas claras para abordarlo[6]. Algo similar había hecho este mismo año la Unión Europea con una “Conferencia de Alto Nivel” sobre la “Gestión responsable en las cadenas de suministro de la industria del vestido”.
La asunción de las cadenas de valor como ámbito prioritario para la defensa del trabajo decente y de los Acuerdos Marco Globales (AMG) con el sindicalismo organizado como el instrumento adecuado, permite abordar de nuevo la necesaria incidencia en la cuestión de un pendiente ordenamiento jurídico global, en relación con el cual de nuevo se constata que las normas vinculantes, esencialmente las positivas, van siempre a remolque de las relaciones sociales resultantes de la acción de los colectivos interesados.
Existen ciertamente directrices de ámbito global, entre ellas la Declaración Universal de los Derechos Humanos o los Convenios de la OIT, pero no es posible considerarlos como integrantes de un adecuado “ordenamiento jurídico internacional”, dada su casi nula capacidad para imponer lo que proclaman y para sancionar sus violaciones.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) sí tiene capacidad sancionadora sobre el comercio mundial, pero hasta ahora han fracasado, como consecuencia de la oposición de los gobiernos, todos los intentos sindicales de que se estableciera la exigencia de que los productos objeto del comercio mundial acreditaran el cumplimiento de las normas básicas sociales y medioambientales en su proceso de producción.
Como referencia para el necesario avance para la conquista del trabajo decente global en este Siglo XXI podría servir la propuesta que hicimos la delegación de CCOO en la Conferencia de la OIT:
“1.- Necesidad de pasar de la unilateralidad a la contractualización, mediante Acuerdos Marco Globales, de los compromisos de Responsabilidad Social empresarial, con reconocimiento expreso por parte de las empresas de todos los Grupos de Interés, particularmente los sindicatos, a lo largo de toda su cadena de suministro.
2.- Que las empresas multinacionales desarrollen igual exigencia y control del trabajo decente en toda su cadena de suministros (filiales, contratas, subcontratas y proveedores); que den detallada información de los centros de trabajo que la integran al sindicalismo global y a los sindicatos de cada país donde se encuentran, y que establezcan el derecho sindical al acceso a todos ellos.
3.- Que la OIT inste a la OMC a exigir que los productos del comercio mundial acrediten trabajo decente y garantías medioambientales en su fabricación.
4.- Que se elabore un nuevo Convenio de la OIT para el trabajo decente en las cadenas mundiales de suministro, refundiendo y actualizando las diversas normas globales al respecto”
Para subrayar la posibilidad de los puntos primero y segundo baste recordar que es lo que ya consta en el Acuerdo Marco Global de IndustriALL Global Union con Inditex, y que así lo estamos ya aplicando con demostrados interés y capacidad sindicales para incidir en la defensa del trabajo decente en su antes mencionada cadena mundial de suministro.


5.- Apuntes para una acción sindical global por el trabajo decente
Es fácil coincidir en cualquier foro, desde todos los espacios sociales y políticos, suscribiendo la exigencia de “trabajo decente”, de trabajo digno, en todos los rincones del mundo. Pero estas coincidencias parecen sin embargo desmentidas a cada instante por la realidad, por la insuficiente acción colectiva para conseguirlo.
Desde el sindicalismo no hay duda de que nos pronunciamos por la defensa local y universal de los derechos humanos en el trabajo. La más elemental referencia para el desarrollo de estas ideas desde la acción sindical debería ser el propio concepto del sindicato como “organización de intereses”. Se trataría por ello de definir los diversos ámbitos en las relaciones laborales y en cada uno de ellos determinar los comunes intereses a defender por parte del colectivo social implicado y por la organización que pretende encuadrarlo, organizarlo, representarlo, es decir por el sindicato. Y así desarrollarlo en todos los ámbitos, desde el centro de trabajo hasta el mundo mundial.
Sin embargo la práctica no es tan evidente, porque no siempre resultan conscientemente asumidos por cada colectivo social sus intereses colectivos y los que resultan de su integración en un ámbito superior, más amplio. Por ello su elaboración y su asunción, la acción colectiva para su conquista no es tarea sencilla.
Desde los centros de trabajo de los países del “Norte” se asume la globalización en primer lugar como deslocalización y pérdida de derechos. Por otra parte apenas se entiende que podamos, y nos interese, influir desde nuestro propio y pequeño espacio vital, laboral, en lo que suceda en otros centros de trabajo a miles y miles de kilómetros, más allá de innumerables fronteras, en otros países, casi en otro mundo.
Esta dificultad encierra en realidad dos problemas, ambos importantes. Por una parte nuestra sensación de pequeñez, de impotencia ante problemas de dimensión  planetaria. Pero por otra, quizás más importante, la sensación de que perdemos empleo, y también derechos, porque nuestra actividad productiva se va lejos y otros la asumen, “nos la quitan”. Poca solidaridad efectiva puede pues sentirse con los que se “benefician” de lo que perdemos. Algo similar puede suceder en los ámbitos sindicales más inmediatos, hasta las fronteras de nuestro propio y pequeño país, aunque resulte periódicamente enmascarado por formales y pomposas declaraciones de amistad o solidaridad “internacionalistas”.
No se trata de renunciar a los intereses más inmediatos del colectivo más reducido, del colectivo de base en cualquier ámbito, de los intereses individuales de cada integrante de la clase trabajadora, sino de entender que partiendo de éstos, para su propia defensa, son necesarios derechos colectivos de un más amplio espacio. Y ello nos ha de llevar a plantearnos cuáles son los intereses de la clase trabajadora como un todo en el ámbito mundial, a entender la solidaridad no sólo como interés del que la recibe, sino más como interés del que la practica. No contra, sino desde, el corporativismo “bien entendido” de centro de trabajo, de país, de región. Y ello a través de un ejercicio que para simplificar puede resumirse en la necesaria conciencia de que los supuestamente privilegiados lo serán (seremos) cada vez menos si quedan (quedamos) aislados; que romper la insostenible tendencia a deslocalizar donde menos derechos existan supone una generalización de derechos que a todos interesa. Resulta sin embargo difícil en la práctica entender la solidaridad como algo más que la coordinación de intereses particulares. Como difícil es que desde los sindicatos del Norte se sepa diferenciar la solidaridad del paternalismo sindical.
Más compleja es la situación en las estructuras sindicales supranacionales, donde, a pesar de las apariencias, de los órdenes del día formales de sus reuniones, la conciencia de intereses comunes apenas trasciende de los papeles, predominando la voluntad de defender los propios a través del espacio de influencia en el correspondiente entramado organizativo. Y ello fomentado por la propia concepción de estas estructuras, con órganos de dirección sindicales constituidos como suma de representantes de países o regiones en función del volumen de cotizaciones aportadas. De hecho el problema no es tanto que en los órganos de dirección  europeo o mundiales haya determinadas mayorías nacionales, sino que cuando ejercen la dirección sindical de ámbitos supranacionales no se olviden de su pasaporte. Con, demasiadas veces, un problema añadido en la política de contratación de cuadros técnicos de apoyo a los órganos de dirección con criterios clientelares.
Ámbito de incidencia de la acción sindical deben serlo no sólo las correspondientes estructuras empresariales, sino también las instituciones nacionales y supranacionales. Las reuniones de la OIT apuntan a que la actitud de los gobiernos y sus pronunciamientos globales podría modificarse si así resultara de la presión social, empezando por la propuesta y acción sindical. 
Para simplificar, cabe señalar como primer objetivo la generalización, homogenización, globalización de los derechos básicos laborales, lo que podría resumirse en las siguientes libertades y derechos:
·        Libertad sindical y derecho de negociación colectiva
·        Salario mínimo “vital”
·        Seguridad y salud en el trabajo (lo que incluye el derecho a la vida)
Para construir en torno a ellos la acción y organización sindical, empezando por las cadenas de producción de las multinacionales, es decir desde la cabecera de éstas hasta su último eslabón. Porque estaríamos además hablando de los derechos de los colectivos en general con más potencial de organización y de acción, con mayor capacidad para incidir en la dirección de las multinacionales. Y con una evidente posibilidad de incidir en los países en los que se extienden tales cadenas de producción.
Ello supone, debería suponer, una cadena también de propuestas y de iniciativas de acción sindicales, a plantear desde el sindicalismo de la casa matriz hasta todos los de la cadena de valor, impulsadas y coordinadas por las estructuras del sindicalismo global. Una tarea que se ha demostrado difícil, particularmente en los periodos, como el actual, en los que las crisis empujan hacia el corporativismo de país y de centro de trabajo, de insolidaridad entre colectivos laborales. Pero que se ha demostrado también posible cuando se han tomado iniciativas en esa dirección.
Se trata de conseguir una permanente iniciativa de acción y formación, de construcción de una conciencia colectiva solidaria a lo largo de todas las cadenas de suministro, para la asunción por parte de los colectivos que las integran de sus comunes intereses, para que el trabajo decente sea una realidad en todas ellas.
Conseguir eficaces Acuerdos Marco Globales, para lo que basta un sencillo y comprobado esquema para establecer:
1.      El respeto a los derechos fundamentales del trabajo (Convenios OIT),
2.      Los derechos de intervención del sindicalismo global, del de la casa matriz y del de todos los países donde llega su cadena de suministro,
3.      El completo conocimiento de la estructura y composición de toda la cadena de suministro
Un buen punto de partida para tal objetivo es la exigencia de cumplimiento de los compromisos empresariales, unilaterales o pactados, de RSE/RSC, lo que se ha demostrado como una de las formas esenciales para avanzar en tal dirección. Y una buena ayuda sería sin duda un balance de los contenidos y la aplicación de los diversos Acuerdos Marco existentes.
Situar la acción sindical transnacional como uno de los ejes de la acción sindical diaria, debería constituir ya uno de los elementos clave en la actual etapa del sindicalismo mundial y local en lo que se ha venido denominando necesidad de “repensar” o “reinventar” el sindicato, aunque a mí me parece más adecuado el de “refundar”[7] para subrayar la profunda renovación indispensable para enraizar adecuadamente la organización y acción sindicales en la clase trabajadora local y mundial.  
  
Agosto 2016

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