"Europa está cambiando, ¿pero hacia dónde?"
Con este título el político y economista portugués Fernando Louça abre un debate en "Espacio Público".
Su ponencia se encuentra en : Francisco Louça abre el debate
Un debate al que he aportado algunas reflexiones con el título que encabeza esta entrada de mi blog y cuyo contenido íntegro es:
Comparto prácticamente todas las
consideraciones de Francisco Louça en su trabajo “Europa está cambiando”
que encabeza este debate. También las de Rafael Poch en su “Adiós,
Unión Europea” (http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/02/01/adios-union-europea-42041).
Ambos pueden parecer demasiado pesimistas, apocalípticos casi, pero
probablemente aciertan en su mensaje de crítica y alerta. Menos comparto las
líneas de avance apuntadas cuando Louça propone “abandonar el euro”, con
lo que supone de deconstrucción europea, y Poch ya entona el “adiós”
a Europa.
En ambos me falta una mayor reflexión sobre
la necesaria iniciativa social para responder a los presentes desafíos. Es
fácil coincidir con Francisco Louça cuando señala la necesidad de “la
recuperación de la iniciativa de los movimientos populares”, aunque
parece que ello lo atribuye exclusivamente al acierto de “las izquierdas” que “deben
protagonizar la alternativa”. Creo que efectivamente constituye una
condición, pero no suficiente. De forma autónoma los movimientos sociales, el
sindicalismo en particular, deben hacer pesar sus propuestas y su acción,
contribuyendo además con ello a la inteligencia de la política. A pesar de la
profunda crisis que vive hoy, también, el sindicalismo constituye, aún, una de
las formas sociales organizadas con posibilidades de eficaz y positiva incidencia
en el devenir colectivo. A ello debe contribuir.
Pero para construir el futuro, sus
propuestas al respecto, considero hoy imprescindible que el movimiento sindical
realice una profunda reflexión autocrítica de su papel en la última etapa. Una amplia
reflexión colectiva conjuntamente con el espacio social que pretende
representar y organizar, es decir con los colectivos que integran la clase
trabajadora.
Con voluntad de contribuir a esta
reflexión aporto algunas notas de recordatorio, empezando por el final para ir
hacia atrás. Son sólo síntomas, podrían ser anécdotas, pero pueden ser, creo
que son, significativos:
· En
la reunión de los días 14 y 15 de diciembre de 2016 del Comité Ejecutivo (CE)
de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), Luca Visentini, su actual Secretario
General, afirmó “Los sindicatos están para negociar, para movilizar ya están las ONGs”,
manifestando una profunda ignorancia, difícilmente aceptable en el Secretario
General, de la estrecha relación entre negociación y movilización de los
movimientos sociales.
· Las
delegaciones sindicales europeas que asistían en Sao Paulo al 3er Congreso de
la Confederación Sindical de las Américas (CSA-CSI), celebrado del 25 al 26 de
abril de 2016, se reunieron para examinar la propuesta del CE de la CES de
realizar en mayo en Berlín una masiva manifestación sindical europea contra la
política de la Unión Europea sobre los refugiados. Los sindicatos alemanes
manifestaron que “la situación actual de Alemania no permite esa acción”. Los
sindicatos italianos propusieron entonces una movilización en la frontera entre
Italia y Austria, uno de los escenarios de tal política europea, a lo que los
sindicatos austríacos indicaron que “se oponen frontalmente a cualquier acción en
esta zona”. La conclusión en Sao Paulo fue que la única posibilidad era
“estar
pendientes de que los sindicatos italianos acepten el reto de una manifestación
masiva en Roma a finales de junio”.
Pero de ello ya no se volvió a hablar, parece que no aceptaron el reto.
· En
enero de 2009 se produjeron importantes huelgas, “salvajes” inicialmente y
apoyadas luego por los sindicatos británicos, en la refinería de Lindsey contra
el intento de contratar a trabajadores italianos y portugueses, cuyo contenido
podría resumirse en el slogan acuñado al respecto por el primer ministro Gordon
Brown: “empleos británicos para los trabajadores británicos”. El debate
sobre el tema en el CE de la EMCEF (la entonces Federación Sindical europea de
la Química, la Energía y la Minería) sólo se tradujo en el mayoritario rechazo
de una propuesta de moción solidaria con aquellos huelguistas presentada por
los sindicatos británicos.
· En
los Congresos de la CES de Sevilla (2007) y Atenas (2011) se planteó una
cuestión capital para el sindicalismo, también el europeo, la negociación colectiva en su
ámbito. Y, como punto no secundario, el de un posible salario
mínimo europeo (téngase en cuenta que en 2016 el SMIG de un país
europeo, Bulgaria, era de 210 €uros mensuales, inferior al de China). No fue
posible ni siquiera el acuerdo de avanzar en la discusión de una posible
plataforma reivindicativa europea común por la oposición de algunos sindicatos,
los nórdicos en particular. Y seguimos igual.
· Desde
2008 el “7 de octubre” es, nada menos,”Jornada mundial por el trabajo
decente”. En Europa, y no en todos los países, sólo hemos sido capaces
de impulsar “jornadas” simbólicas en torno a los problemas del “trabajo
decente” en el propio país, nunca con un claro planteamiento de que el eje
debía ser el trabajo decente “en el mundo”, partiendo para ello de las
numerosas multinacionales de cabecera europea cuyas cadenas de producción
llegan a todos los confines del globo y considerando la defensa de los derechos
fundamentales del trabajo hasta el último eslabón de las cadenas de
subcontratación no sólo como “solidaridad”, sino como interés sindical propio
europeo.
· A
lo largo de la crisis se han desarrollado en Europa movimientos huelguísticos
en bastantes países contra las políticas económicas de los respectivos gobiernos
y patronales. Bastantes Huelgas Generales, donde más en Grecia, con reiterada
denuncia de las imposiciones austericidas de la Unión Europea. Pero ninguna
huelga general europea, y ninguna en Alemania. No se analizaron luego la
evolución de tales huelgas en sus contenidos, formas y participantes, tampoco
sus resultados, su concreta incidencia en cada país y en la Unión Europea.
En mi opinión, la incapacidad sindical
de lograr una respuesta eficaz, es decir con traducción en las condiciones de
vida y de trabajo, arranca de la primera y única respuesta sindical “oficial” a
la crisis, que podría resumirse en el slogan de la CES por boca del entonces su
Secretario General, John Monks: “¡no a
la austeridad!”, “¡no al capitalismo casino!”.
Dos
“no” sin ningún “sí”, sin propuestas. Sin asumir que la crisis era cierta,
aunque la “culpa” no era ciertamente de los trabajadores. Sin entender que el
análisis y la respuesta no deben ser de orden moral, sino resultar de los intereses
colectivos contrapuestos, lo que exigía abordarla discutiendo medidas
concretas, negociando qué austeridad, dónde y cuándo, con qué contrapartidas,
con qué controles, … Esto es lo que en la práctica hicieron bastantes de los
colectivos sindicales más fuertes en sus centros de trabajo, pero sin traducción
en propuestas sindicales en ámbitos más amplios. Una respuesta que debiera
haber incluido movilizaciones conscientemente solidarias y de expreso ámbito
europeo, lo que ni siquiera se planteó.
A todo ello habría que añadir otra
importante carencia del sindicalismo europeo, su incapacidad para desarrollar
una activa política en relación con la globalización, particularmente desde los
sindicatos de las cabeceras de las multinacionales para impulsar la acción
sindical, autónoma y a la vez solidaria, con y en sus cadenas mundiales de
producción y distribución, situando como eje de la misma la globalización de
los derechos: los derechos de libertad sindical y negociación colectiva, de
salario “vital”, de seguridad en el trabajo.
Junto a estos apuntes, sólo unas notas
sobre cómo considero que debería abordarse el futuro inmediato. Entiendo que, junto
con la necesidad de encontrar respuestas y propuestas de acción sindical
colectiva a todos los niveles partiendo de los centros de trabajo, es necesario
también recuperar la pérdida de confianza y de credibilidad de los trabajadores
en las formas de organización para defender los intereses colectivos, es decir
de clase, sindicales. La reconstrucción (refundación, creo que habría que
denominarla) de las estructuras de organización y representación de la clase trabajadora
a todos los niveles debe ir estrechamente ligada, en los contenidos y en los
tiempos, a la elaboración de las reivindicaciones y propuestas, a la
movilización, y a la negociación para alcanzar acuerdos, sociales y
legislativos, que consoliden lo conseguido.
En este proceso a la acción sindical
del día a día, desde el centro de trabajo, debería incorporarse la componente
transnacional, global, de los intereses individuales y colectivos, lo que
supone entender y traducir que el objetivo del “trabajo decente” en el mundo es
del interés inmediato, individual y colectivo, de cada trabajador y cada
trabajadora del planeta, del Norte y del Sur.
Sigo creyendo en la capacidad de
respuesta del ser humano, pero también que su eficacia depende del acierto en
la orientación de tal respuesta. Por ello es grande la responsabilidad de las instituciones
de organización y representación en todos los ámbitos y a todos los niveles.
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