viernes, 24 de febrero de 2017

El sindicalismo europeo puede responder. Debe responder



"Europa está cambiando, ¿pero hacia dónde?"

Con este título el político y economista portugués Fernando Louça abre un debate en "Espacio Público".

Su ponencia se encuentra en : Francisco Louça abre el debate

Un debate al que he aportado algunas reflexiones con el título que encabeza esta entrada de mi blog y cuyo contenido íntegro es:



Comparto prácticamente todas las consideraciones de Francisco Louça en su trabajo “Europa está cambiando” que encabeza este debate. También las de Rafael Poch en su “Adiós, Unión Europea” (http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/02/01/adios-union-europea-42041). Ambos pueden parecer demasiado pesimistas, apocalípticos casi, pero probablemente aciertan en su mensaje de crítica y alerta. Menos comparto las líneas de avance apuntadas cuando Louça propone “abandonar el euro”, con lo que supone de deconstrucción europea, y Poch ya entona el “adiós” a Europa.

En ambos me falta una mayor reflexión sobre la necesaria iniciativa social para responder a los presentes desafíos. Es fácil coincidir con Francisco Louça cuando señala la necesidad de “la recuperación de la iniciativa de los movimientos populares”, aunque parece que ello lo atribuye exclusivamente al acierto de “las izquierdas” que “deben protagonizar la alternativa”. Creo que efectivamente constituye una condición, pero no suficiente. De forma autónoma los movimientos sociales, el sindicalismo en particular, deben hacer pesar sus propuestas y su acción, contribuyendo además con ello a la inteligencia de la política. A pesar de la profunda crisis que vive hoy, también, el sindicalismo constituye, aún, una de las formas sociales organizadas con posibilidades de eficaz y positiva incidencia en el devenir colectivo. A ello debe contribuir.

Pero para construir el futuro, sus propuestas al respecto, considero hoy imprescindible que el movimiento sindical realice una profunda reflexión autocrítica de su papel en la última etapa. Una amplia reflexión colectiva conjuntamente con el espacio social que pretende representar y organizar, es decir con los colectivos que integran la clase trabajadora.

Con voluntad de contribuir a esta reflexión aporto algunas notas de recordatorio, empezando por el final para ir hacia atrás. Son sólo síntomas, podrían ser anécdotas, pero pueden ser, creo que son, significativos: 

·        En la reunión de los días 14 y 15 de diciembre de 2016 del Comité Ejecutivo (CE) de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), Luca Visentini, su actual Secretario General, afirmó “Los sindicatos están para negociar, para movilizar ya están las ONGs”, manifestando una profunda ignorancia, difícilmente aceptable en el Secretario General, de la estrecha relación entre negociación y movilización de los movimientos sociales.
·        Las delegaciones sindicales europeas que asistían en Sao Paulo al 3er Congreso de la Confederación Sindical de las Américas (CSA-CSI), celebrado del 25 al 26 de abril de 2016, se reunieron para examinar la propuesta del CE de la CES de realizar en mayo en Berlín una masiva manifestación sindical europea contra la política de la Unión Europea sobre los refugiados. Los sindicatos alemanes manifestaron que “la situación actual de Alemania no permite esa acción”. Los sindicatos italianos propusieron entonces una movilización en la frontera entre Italia y Austria, uno de los escenarios de tal política europea, a lo que los sindicatos austríacos indicaron que “se oponen frontalmente a cualquier acción en esta zona”. La conclusión en Sao Paulo fue que la única posibilidad era “estar pendientes de que los sindicatos italianos acepten el reto de una manifestación masiva en Roma a finales de junio”.  Pero de ello ya no se volvió a hablar, parece que no aceptaron el reto.
·   En enero de 2009 se produjeron importantes huelgas, “salvajes” inicialmente y apoyadas luego por los sindicatos británicos, en la refinería de Lindsey contra el intento de contratar a trabajadores italianos y portugueses, cuyo contenido podría resumirse en el slogan acuñado al respecto por el primer ministro Gordon Brown: “empleos británicos para los trabajadores británicos”. El debate sobre el tema en el CE de la EMCEF (la entonces Federación Sindical europea de la Química, la Energía y la Minería) sólo se tradujo en el mayoritario rechazo de una propuesta de moción solidaria con aquellos huelguistas presentada por los sindicatos británicos.
·        En los Congresos de la CES de Sevilla (2007) y Atenas (2011) se planteó una cuestión capital para el sindicalismo, también el europeo, la negociación colectiva en su ámbito. Y, como punto no secundario, el de un posible salario mínimo europeo (téngase en cuenta que en 2016 el SMIG de un país europeo, Bulgaria, era de 210 €uros mensuales, inferior al de China). No fue posible ni siquiera el acuerdo de avanzar en la discusión de una posible plataforma reivindicativa europea común por la oposición de algunos sindicatos, los nórdicos en particular. Y seguimos igual.
·    Desde 2008 el “7 de octubre” es, nada menos,”Jornada mundial por el trabajo decente”. En Europa, y no en todos los países, sólo hemos sido capaces de impulsar “jornadas” simbólicas en torno a los problemas del “trabajo decente” en el propio país, nunca con un claro planteamiento de que el eje debía ser el trabajo decente “en el mundo”, partiendo para ello de las numerosas multinacionales de cabecera europea cuyas cadenas de producción llegan a todos los confines del globo y considerando la defensa de los derechos fundamentales del trabajo hasta el último eslabón de las cadenas de subcontratación no sólo como “solidaridad”, sino como interés sindical propio europeo.
·      A lo largo de la crisis se han desarrollado en Europa movimientos huelguísticos en bastantes países contra las políticas económicas de los respectivos gobiernos y patronales. Bastantes Huelgas Generales, donde más en Grecia, con reiterada denuncia de las imposiciones austericidas de la Unión Europea. Pero ninguna huelga general europea, y ninguna en Alemania. No se analizaron luego la evolución de tales huelgas en sus contenidos, formas y participantes, tampoco sus resultados, su concreta incidencia en cada país y en la Unión Europea.  

En mi opinión, la incapacidad sindical de lograr una respuesta eficaz, es decir con traducción en las condiciones de vida y de trabajo, arranca de la primera y única respuesta sindical “oficial” a la crisis, que podría resumirse en el slogan de la CES por boca del entonces su Secretario General, John  Monks: “¡no a la austeridad!”, “¡no al capitalismo casino!”. 

Dos “no” sin ningún “sí”, sin propuestas. Sin asumir que la crisis era cierta, aunque la “culpa” no era ciertamente de los trabajadores. Sin entender que el análisis y la respuesta no deben ser de orden moral, sino resultar de los intereses colectivos contrapuestos, lo que exigía abordarla discutiendo medidas concretas, negociando qué austeridad, dónde y cuándo, con qué contrapartidas, con qué controles, … Esto es lo que en la práctica hicieron bastantes de los colectivos sindicales más fuertes en sus centros de trabajo, pero sin traducción en propuestas sindicales en ámbitos más amplios. Una respuesta que debiera haber incluido movilizaciones conscientemente solidarias y de expreso ámbito europeo, lo que ni siquiera se planteó.

A todo ello habría que añadir otra importante carencia del sindicalismo europeo, su incapacidad para desarrollar una activa política en relación con la globalización, particularmente desde los sindicatos de las cabeceras de las multinacionales para impulsar la acción sindical, autónoma y a la vez solidaria, con y en sus cadenas mundiales de producción y distribución, situando como eje de la misma la globalización de los derechos: los derechos de libertad sindical y negociación colectiva, de salario “vital”, de seguridad en el trabajo.

Junto a estos apuntes, sólo unas notas sobre cómo considero que debería abordarse el futuro inmediato. Entiendo que, junto con la necesidad de encontrar respuestas y propuestas de acción sindical colectiva a todos los niveles partiendo de los centros de trabajo, es necesario también recuperar la pérdida de confianza y de credibilidad de los trabajadores en las formas de organización para defender los intereses colectivos, es decir de clase, sindicales. La reconstrucción (refundación, creo que habría que denominarla) de las estructuras de organización y representación de la clase trabajadora a todos los niveles debe ir estrechamente ligada, en los contenidos y en los tiempos, a la elaboración de las reivindicaciones y propuestas, a la movilización, y a la negociación para alcanzar acuerdos, sociales y legislativos, que consoliden lo conseguido.

En este proceso a la acción sindical del día a día, desde el centro de trabajo, debería incorporarse la componente transnacional, global, de los intereses individuales y colectivos, lo que supone entender y traducir que el objetivo del “trabajo decente” en el mundo es del interés inmediato, individual y colectivo, de cada trabajador y cada trabajadora del planeta, del Norte y del Sur. 

Sigo creyendo en la capacidad de respuesta del ser humano, pero también que su eficacia depende del acierto en la orientación de tal respuesta. Por ello es grande la responsabilidad de las instituciones de organización y representación en todos los ámbitos y a todos los niveles. 

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