lunes, 27 de mayo de 2019

Elecciones europeas: ¿SALARIO MÍNIMO EUROPEO?




Las recientes elecciones europeas plantean nuevos problemas y exigen nuevas respuestas, aunque quizás no hay que inventarlo todo sino recuperar temas olvidados. Parece que todos estamos de acuerdo en que se abre una nueva etapa. El problema apunta a lo cualitativo (¿QUÉ EUROPA?) y a lo cuantitativo (¿MÁS O MENOS EUROPA?).

Por mi parte creo que se trata de exigir, de construir, “más Europa”, más Europa en el medioambiente (nuestro y el del mundo, indisociables ya), pero también en lo social (olvidado demasiadas veces, ¿porque está menos de moda?). Desde esta Europa, que cada día es más el “Extremo Occidente” del nuevo mundo cuyo centro se ha desplazado ya al Pacífico, apuesto por una Europa que defienda y desarrolle lo que hemos denominado “modelo social europeo” como síntesis de  derechos, imperfectos sin duda, pero a partir de los cuales hay que seguir avanzando.

Como problema importante se plantea en muchos ámbitos la construcción y defensa de nuevas y viejas identidades, también la europea. Entiendo que el eje de todas las identidades debería ser la comunidad de intereses en la reivindicación, conquista y ejercicio de derechos en cada ámbito. Por mi parte, con el objetivo de llegar a ser ciudadano del mundo, me siento barcelonés, catalán, español y europeo. Es desde esta perspectiva que quiero entrar en uno de los temas que creo pueden y deben contribuir a hacer “más Europa”. Me refiero al “Salario Mínimo Europeo”.

No es un tema nuevo. Desde el mundo sindical se había ya abordado, entre otros en el proceso de construcción del sindicalismo europeo. Estuvo presente en los Congresos de la Confederación Europea de Sindicatos, la CES, de Sevilla (2007) y Atenas (2011). No prosperó por las reticencias de los sindicatos del Norte y por la pasividad de los del Sur. Luego se habló de una campaña europea para generalizar los derechos, entre los que el salario no podía ser ignorado, pero tras el enunciado poco más se supo. A ello me he referido en diversas ocasiones, recientemente enhttp://iboix.blogspot.com/2019/03/salario-minimo-europeo-macron-su-nuevo.html.

Del “salario mínimo europeo” han hablado en la recién te campaña electoral divers@s candidat@s en estas elecciones. También políticos con pretendida proyección europea, como el presidente francés Macron. Pero no he oído propuestas claras al respecto. Tampoco planteamientos sindicales, ni de la CES, ni del sindicalismo del Norte, ni del del Sur, aunque eran de esperar después de los enunciados de algunos dirigentes políticos. Las elecciones europeas han sido una buena y perdida ocasión para un planteamiento claro del tema. Abordarlo ahora sería una buena oportunidad para acercar el nuevo Parlamento europeo a la ciudadanía, a la clase trabajadora europea en particular. Alguien tendría que plantearlo, proponerlo.

Pretendo contribuir a romper el incomprensible mutismo sindical opinando otra vez sobre el “Salario Mínimo Europeo”. Porque creo que podría constituir un elemento muy importante para la construcción de lazos solidarios de la clase trabajadora del viejo continente, para consolidar el modelo social europeo en el marco de un mundo sostenible, del proclamado como “otro mundo es posible”. Para ello hay que ir más allá de las declaraciones genéricas y más o menos solemnes, para concretar en iniciativas sindicales globales la solidaridad en la defensa de intereses que parecen (y los son en primera instancia) particulares (de los que tienen salarios más bajos), para desarrollar la solidaridad de los que están en mejores condiciones y entienden que para la defensa de sus propios intereses es necesario mejorar las condiciones de todos. Para organizar por y para ello una acción sindical colectiva.

Los actuales salarios mínimos de país en Europa van desde los 286 € mensuales en Bulgaria a los 2.071 en Luxemburgo, pasando por los 1.557 de Alemania, sin olvidar los de otros países europeos fuera de la Unión, como Ucrania con 72, Albania con 211 o Macedonia con 240. Otros, como Dinamarca o Italia, no tiene cifra legal de referencia porque son resultado de la negociación colectiva sectorial de una muy amplia y directa eficacia que establece en la economía formal unos mínimos de 1.600 a 2.000 €uros mensuales.

Para valorar tales cifras no está de más recordar los salarios mínimos mensuales de otros países, como Marruecos con 209 €, Turquía con 422, India con 90, Bangladesh con 84, o China con 350 en las zonas más industrializadas.

A lo largo de los últimos años se está produciendo en el mundo un  reequilibrio de los salarios. Ha sucedido en Europa, como en Polonia (con el mínimo legal hoy en 523 €uros). También en China (se multiplicó por 10 en 12 años), en Vietnam (multiplicado por 12 de 2004 a 2016), en Bangladesh (multiplicado por 2 de 2013 a 2019), … Pero se trata de un incremento desordenado, sin iniciativa sindical global solidaria. Ahora el Proyecto ACT[1] pretende incidir en ello, aunque aún sin resultados tangibles.

En las elucubraciones sobre el tema se ha escrito que el salario mínimo debería ser en cada país del orden del 60% del salario medio del mismo. Es sin duda una buena propuesta, pero todavía se queda en objetivos particulares de país, en función  de sus cifras y realidades concretas. Una misma fórmula que no resuelve las disparidades actuales. Es pues claramente insuficiente. Habría que tener el coraje sindical de avanzar en la propuesta, y reivindicación en la acción sindical, de unas cifras concretas, claras, de €uros para un salario mínimo europeo, que deberían incrementarse necesariamente de año en año por encima del conjunto de la masa salarial. Un salario mínimo y sus incrementos que deberían plasmarse en acuerdos de eficacia general con la patronal europea, BusinessEuropa, y/o su traducción en directivas europeas. Acuerdos que no serán posibles si no vienen precedidos y acompañados de una acción sindical solidaria, conscientemente europea, de una voluntad de homogenizar en la construcción de la nueva Europa condiciones de trabajo, al igual que otras como la política fiscal.

Por difícil que parezca la propuesta existen elementos objetivos y subjetivos que empujan en esa dirección. Seguramente el más decisivo pueda ser la propia realidad, por ejemplo la presencia de trabajadores de la construcción de Letonia y Lituania que van a trabajar a Suecia con sus salarios del país de origen. Una realidad que no se ha corregido, ni creo que se pueda corregir plenamente, con convenios sectoriales suecos (inexistentes aún) no discriminatorios, ni con equívocas directivas europeas.

Los retos que se nos plantean deberían resultar estimulados por el evidente interés sindical, seguramente decisivo a medio y largo plazo, en la construcción de un eficaz sindicalismo europeo en una Europa que consolide y desarrolle el “modelo social europeo”. También por los desafíos que ya hoy suponen los avances, evidenciados en estas elecciones, de la xenófoba e insolidaria extrema derecha para la construcción de la Europa que queremos. Para hacerle frente es imprescindible impulsar reivindicaciones sociales claras, unificadoras de los intereses de la clase trabajadora europea, de su acción sindical unitaria y solidaria. Sólo la generalización de los derechos, el de un salario mínimo “vital” entre ellos, puede constituir un instrumento de acción y organización sindicales. 


[1] Acuerdo sindical con unas 20 grandes multinacionales del vestido para impulsar la negociación colectiva y fijar un “salario mínimo vital” en los países productores de la ropa de sus marcas


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