jueves, 24 de julio de 2014

Reinventar el sindicato

Con este título he encabezado mi intervención en un interesante debate abierto en "espacio-público.com", iniciado con una ponencia de Joan Coscubiela, y que puede seguirse en:

Los sindicatos en tiempos neoliberales

Como lo han encabezado los organizadores. Yo le hubiera titulado simplemente "Sindicalismo hoy".

Mi intervención es:


¿Crisis del sindicalismo? Sí, sin duda, como crisis de nuestra sociedad, de las relaciones de producción capitalistas, del modelo social europeo, del modo de hacer política, … ¿Es útil, o necesario, el sindicato? Pues creo que es inevitable, en el mejor sentido de esta palabra. Inevitable y necesario, porque lo considero parte consustancial de nuestra sociedad, del modo de producción capitalista, de las relaciones sociales a él inherentes. Con una u otra denominación, es inevitable que los asalariados (los trabajadores, pero me parece mejor la habitual fórmula de los franceses) se asocien para lo que considero en definitiva la esencia del sindicalismo: contribuir a fijar el precio (en dinero, en condiciones de trabajo, en derechos, …) de una mercancía tan consustancial con esta forma de relaciones sociales como es la fuerza del trabajo. Pero habría que reinventarlo en las condiciones de hoy, y a ello pueden, aún, contribuir las actuales organizaciones sindicales.

Me parece una muy oportuna iniciativa la de este “espacio público” sobre el sindicalismo, así como acertado abrirlo con esta intervención de Joan Coscubiela. Plantea Joan preguntas que son en mi opinión de aparentemente fácil respuesta, aunque quizás de más difícil justificación de ésta. Algunos apuntes pues con mi opinión al respecto.

Los sindicatos somos parte de la sociedad capitalista, y en ella instrumento para su transformación porque somos una de las partes de una, y fundamental, de sus contradicciones de intereses, la del trabajo-capital. Asumir que la referencia es esta contradicción de intereses, significa que nuestra asociación (organización de la solidaridad) no lo es en función de una teoría, de una propuesta social y/o política, de un modelo de sociedad de futuro, utópico o no, sino precisamente de intereses actuales,  de intereses sociales colectivos, tutela de los individuales,  que nos unifican. Y así de sencillo sería preconizar, desde la libertad, por ejemplo la unidad sindical, la relación de autonomía (independencia) respecto de los partidos políticos, para hacer política no a partir de programas previos, sino de los intereses colectivos de los asalariados en cada momento, de las reivindicaciones por ello “inmediatas”. Perdonad esas referencias, nada obvias en la práctica, para responder a lo que Coscubiela define como la “pregunta más básica”, y aterrizar en el debate propuesto.

La crisis económica, y social, y política, primero del mundo desarrollado, luego de todo el mundo, se ha traducido en una nueva dificultad para la práctica sindical. Hemos formulado respuestas iniciales tan folclóricas (para simplificar) como “que paguen ellos” (los culpables, los capitalistas obviamente), deduciendo de ahí un rechazo global de la “austeridad” en lugar de discutir, proponer, pelear, por un tipo determinado de austeridad, sus contrapartidas, los nuevos derechos necesarios. Ha significado un intento de negar la realidad en lugar de plantearse su transformación. Y me estoy refiriendo no sólo al sindicalismo español, sino también al europeo y al global. Hemos denunciado, gritado (más en la calle que en los centros de trabajo), las terribles repercusiones de la crisis, pero las hemos aceptado de hecho, con una práctica en la que muchas, demasiadas, veces no ha coincidido lo que hacíamos con lo que decíamos, lo que ha llevado a una tremenda dificultad para analizar nuestra propia experiencia y aprender de ella, para volcar sobre ella precisamente el balance, la reflexión, de nuestra acción, construyendo la teoría sindical de cada momento.

Reitera Joan la pregunta de sindicalismo “para” o “de” los trabajadores. Creo que sólo puede ser “de los trabajadores” y, siéndolo, será también “para”, para aquellos espacios, individuales y colectivos, ausentes de la acción y organización colectivas.

Pregunta también si hay que “limitarse” a las condiciones de trabajo o abarcar “otros aspectos sociales”. Entiendo que la respuesta vale también para otras preguntas, sobre todo para la posible intervención sindical en la vida política. Hoy, con una tan intensa y creciente interrelación entre todos los ámbitos de la acción humana, creo que es fácil responder que no debe haber espacios prohibidos para el sindicalismo, ni su reparto con otras instancias, las políticas por ejemplo. El problema está en cuál es la referencia básica para tal intervención: si un programa previo, una “ideología”, o las necesidades y reivindicaciones elaboradas desde los intereses colectivos “de los trabajadores”, de todos, precisamente en cada ámbito y en cada momento. Lo que significa no rehuir ningún ámbito (de empresa y de sector, nacional y transnacional, hasta el mundial global, presentes siempre los derivados de las específicas cualidades del trabajo), conscientes de la creciente heterogeneidad que ha ido adquiriendo la clase trabajadora. Y partiendo en todos los supuestos de donde se expresan en primer lugar las relaciones sociales del “asalariado”: el centro de trabajo. Todo ello supone al mismo tiempo no pretender, desde el sindicalismo, llenar los espacios del propio trabajador como ciudadano, como sujeto de otros intereses sociales colectivos, de creencias políticas, religiosas, etc.

Y una última consideración para relacionar lo anterior con circunstancias (quizás menos coyunturales de lo que pudieran parecer) del presente.

Algunas experiencias sociales recientes, como el interesante éxito de “Podemos” o la también interesante elección del Secretario General del PSOE por el voto directo (de los afiliados, apuntando ya al de los ciudadanos interesados), están poniendo en cuestión (con una corriente de moda que facilita cómodamente la irreflexión sobre el tema) la democracia representativa (con sus inherentes formas de delegación), incluso la propia necesidad y funciones de las estructuras organizadas, abocando en éstas a prácticas presidencialistas (con tentaciones poco democráticas) que pueden llegar a convertirlas en innecesarias o simples aparatos al servicio del jefe, sustituibles permanentemente por la “democracia directa”[1]. ¿Tendremos que aplicarlo también a las organizaciones sindicales?, ¿necesitamos dioses, reyes o tribunos? 



[1] Creo necesario considerar la probablemente cambiante relación entre las
formas de organización (de representación y de democracia) y los niveles de tensión
social. Me resultó de gran interés al respecto “Control Obrero, consejos obreros,
autogestión”, de Ernest Mandel, FM Poche Rouge, Maspero 1973.

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