domingo, 7 de agosto de 2011

Por un sindicato conscientemente global

Con este subtítulo presenté mi intervención en el seminario confederal de CCOO "El futuro del sindicalismo" que dirige Rodolfo Benito. En aquel momento hice la presentación en powerpoint. Ahora, al transcribirlo, me he permitido algunas licencias, incorporando consideraciones sobre hechos posteriores que entiendo relacionados con la materia del seminario. El texto que he remitido a la organización del seminario confederal es el siguiente:





El sindicato como “organización de intereses”

Como punto de partida de mis consideraciones, y elemento de enlace con otras sesiones de este Seminario, quiero comenzar señalando que entiendo el sindicato como organización de intereses y considero esencial esta referencia, particularmente para abordar la cuestión planteada, es decir cuál es la significación del sindicato “como sujeto global”. Y lo entiendo también necesario para avanzar en la línea de reflexión apuntada con el subtítulo, es decir lo que considero como una necesidad esencial del sindicalismo actual, la de que asumamos “conscientemente” su imprescindible carácter de “organización global”. Con el “por” añadido para subrayar mi opinión de que se trata de un objetivo (la conciencia del carácter global en la acción sindical) aún no alcanzado en aspectos esenciales de la vida del sindicalismo.

Si el sindicato es una organización “de intereses”, lo primero a precisar es de qué intereses se trata, y quiénes son los sujetos de tales intereses. Algo que puede resultar aparentemente obvio y sencillo, pero que de las discusiones del propio seminario y de la historia del sindicalismo se desprende que lo es menos.

En primer lugar quiero expresar mi desacuerdo con una idea latente en ocasiones, otras claramente expresada, que identifica al sindicato como expresión, o como paladín, de los intereses generales de la sociedad. Somos muchas ciertamente las personas a las que el sindicato propone organizar y quiere representar, las trabajadoras y los trabajadores, pero no dejamos de ser un grupo social, una clase, con límites bastante claros en mi opinión. Concretamente los que resultan de lo definido por el artículo 1 de nuestro Estatuto de los Trabajadores, es decir las personas con una relación asalariada en su actividad, los “salariés” como dicen los franceses. En este grupo entiendo incluidos los expulsados contra su voluntad de la relación asalariada, es decir los parados. También evidentemente los trabajadores de la “economía informal”, que en muchos países son más del 50% de los que trabajan “por cuenta ajena”. Luego habrá ciertamente cuestiones menos claras, como los límites del colectivo, pudiendo creo también ser considerados parte de la clase una parte de los autónomos, los “falsos autónomos”, es decir aquellas personas cuya dependencia salarial resulta disfrazada con una apariencia de relación mercantil. Creo que de ello se desprende que el sindicalismo no es en todo caso la organización “de los pobres”, ni de la marginalidad, aunque algunos planteamientos parezcan reivindicarlo.


Los intereses de la clase y la “globalización”. Intereses comunes, intereses contrapuestos

Si la clase trabajadora organizada es un grupo “de interés” y los límites de la clase derivan de los intereses de sus integrantes, será conveniente preguntarse cómo influye en ello la globalización. En mi opinión, de ésta resultan dos tendencias contrapuestas. Por una parte acentúa el ámbito mundial, planetario, es decir global, de tales intereses, la interrelación entre los de trabajadores de los diversos países, el cada vez más global “mercado de trabajo”, sus normas formales y de hecho, el directo ámbito mundial de algunas empresas, las multinacionales, y no sólo en lo que es el conjunto de sus filiales, sino, más aún, en lo que constituyen sus cadenas de producción y distribución a través de todos los procesos de subcontratación, “tercerización” como se denomina en Latinoamérica. Esta sería una primera consideración.

Pero al mismo tiempo, al establecer sus grandes fronteras rompiendo las de ámbitos más limitados, como son las de país o región, se acentúan también posibles contradicciones, contradicciones de los intereses particulares dentro de aquellas fronteras rotas. Baste considerar el fenómeno de las “deslocalizaciones” en las que la movilidad de los puestos de trabajo apunta a intereses contrarios de amplios colectivos de trabajadores, entre los que pierden sus puestos de trabajo y los que se incorporan a la relación laboral a partir precisamente de ello. Y el empleo no es precisamente un interés menor.

De la globalización derivan también otros fenómenos que van en el mismo sentido y que guardan evidentes puntos de contacto, como son las tensiones entre colectivos de trabajadores que trabajando para una misma empresa, la multinacional, fabricando productos de la misma marca, tienen unos la hoja de salarios con el membrete de la multinacional mientras otros los tienen de ignotas denominaciones, y no sólo tienen membretes distintos, sino que los contenidos de estas hojas de salarios pueden resultar escandalosamente diferentes para actividades similares.

O los intereses ciertamente no idénticos que resultan de las medidas antidumping, o los planteamientos ante las “cláusulas sociales” cuando éstas encubren planteamientos de proteccionismo comercial.

Lo dejo aquí sólo apuntado, pero se trata de temas de gran repercusión y que se encuentran, en mi opinión, en las raíces de las limitaciones de muchas estructuras sindicales, formalmente supranacionales, para ejercer de forma efectiva una función de sindicalismo que integre los intereses comunes del ámbito que dicen o quieren organizar y representar.

Tarea complementaria y parte integrante de la definición de intereses en cualquier ámbito ha de ser examinar la composición de la clase trabajadora en el mismo para determinar su propia heterogeneidad (existente hasta en el más pequeño centro de trabajo) y establecer conscientemente la relación entre los intereses de cada colectivo que la integra, de cada persona, con los del conjunto, abordando la necesaria función de los intereses colectivos como tutela de los intereses particulares de los grupos que lo integran. Y entendiendo los intereses del grupo más amplio no como suma de los de sus integrantes sino como síntesis de éstos.


Definir los intereses comunes, tarea prioritaria del sindicalismo supranacional

Considero que hay poner el acento en esta cuestión en la medida que las actuales estructuras del sindicalismo organizado a escala mundial son, todavía, más bien coordinadoras que suman corporativismos de país, y, por tanto intereses específicos de trabajadores de cada uno de tales países o a lo sumo de regiones mundiales.

La importancia y necesidad de definir los intereses comunes en cualquier ámbito se acentúa en el mundial por la inexistencia en éste de un ordenamiento jurídico que merezca tal consideración, es decir que sea eficaz, con capacidad para corregir de forma directa los incumplimientos de supuestas normas que deberían regirlo, como son los Convenios de la OIT.

Lo cierto es, creo, que más allá de formulaciones más o menos retóricas, sobre el “proletariado mundial”, poco se ha avanzado en la definición de los intereses globales de los trabajadores y de las trabajadoras, de la clase trabajadora como colectivo supranacional.

Si bien en estos momentos se calcula que aproximadamente la mitad de las personas que en el mundo reúnen las características de asalariados trabajan en las cadenas de producción y distribución de las multinacionales, muchas veces la heterogeneidad de sus condiciones de vida y de trabajo parecen acentuar posibles intereses contrapuestos, o simplemente distintos, antes que los comunes sobre los que sustentar una solidaridad que vaya más allá de las frases vertidas en un papel material o virtual. Elocuente ejemplo de ello podrían ser los datos de la brasileña Petrobrás, una multinacional y empresa pública en Brasil, con 77.000 trabajadores en este país y que en el mismo cuenta con unas 300 empresas de contratas y subcontratas en las que operan nada menos que 296.000 trabajadores.

Cuando es evidente que los salarios y condiciones de trabajo en el Norte resultan, al menos en parte, de las miserables condiciones en el Sur, y cunado el Sur está muchas veces en el mismo Norte, lo es menos que existe una interdependencia en los derechos entre ambos espacios, con intereses comunes derivados de la condición de “trabajadores”, de “asalariados”.

Definir los intereses comunes en el ámbito supranacional debería constituir un objetivo central de las correspondientes estructuras sindicales, para organizar, en torno a ellos, su actividad. Quizás avanzaríamos en este sentido si fuéramos capaces de preguntarnos en serio el porqué de la escasa significación de convocatorias como los “7 de octubre”, jornadas de “acción sindical mundial” nada menos que en defensa del “trabajo decente”, o, más próximo, del último 29-S, jornada europea en defensa contra las agresiones al “Estado de Bienestar”. Sobre ambos ejemplos volveré más adelante.

Quiero aún detenerme en algunas expresiones del, en mi opinión dominante, corporativismo de país. La Confederación Europea de Sindicatos, CES, no es capaz de impulsar una negociación colectiva supranacional, discutiendo sin miedos cómo desarrollarla a partir de las evidentes desigualdades de país. Los sindicalistas de los países nórdicos la rechazan por el miedo a que el establecimiento de derechos comunes de base, de mínimos por tanto, en Europa, pudiera dificultar su propia negoción colectiva. No han sido, no hemos sido, capaces de resolver a nivel europeo un problema que ya se nos ha planteado desde siempre en ámbitos nacionales, de empresa, en los cuales se producen permanentemente rebrotes de corporativismo, no siempre bien resueltos, pero de cuya experiencia deberíamos haber aprendido ya. La referencia más adelante al reciente Congreso de la CES de Atenas me permitirá volver sobre el tema y apuntar algunas positivas perspectivas sobre ello.

Particularizando estos problemas podríamos decir que un síntoma de avance en la configuración de órganos de dirección efectiva sería por ejemplo que los compañeros alemanes (que por la potencia del sindicalismo alemán juegan un papel decisivo en los órganos de dirección del sindicalismo mundial en casi todos los ámbitos) parecieran menos alemanes.

Ante la heterogeneidad de las condiciones de empleo, de salario, de trabajo, entre los trabajadores de las distintas regiones del mundo, también de cada país, tanto del Norte como del Sur, los intereses comunes pueden en muchos casos resultar de tener un mismo interlocutor, la multinacional que esté en la cabeza de la red de producción del producto en cuya elaboración se interviene. Pero hay, creo, unos elementos más claros de comunidad de intereses. Me refiero a los derechos básicos en todos los órdenes (insisto: empleo, salario, condiciones de trabajo). Los derechos básicos son la necesaria referencia para todos. No para rebajar los de los que más tienen (aunque haya miedos comprensibles, pero resultado de miopía sindical), sino para garantizar que a todos se les garantiza lo que resulte de la necesariamente permanente negociación de los mismos y para seguir tirando hacia arriba desde los destacamentos de vanguardia de la clase en cada ámbito.

Pero no es ésta en mi opinión la referencia básica sino otra, más elemental si se quiere, y es el concepto de que cuando se produce una agresión a derechos del trabajo, de los asalariados, se ponen en riesgo esos mismos derechos allí donde parecen garantizados. Este simple esquema, válido desde que existen las relaciones asalariadas en los ámbitos en que éstas tienen una mínima interrelación, es de aplicación hoy al mundo en su conjunto como consecuencia de la globalización.

Es esta convicción la que me lleva a insistir en que la solidaridad ante agresiones contra los derechos del trabajo en cualquier lugar del mundo es materia de necesario interés en el resto de la clase trabajadora. Interés que debe llevar a la solidaridad a partir precisamente de la comprensión de este interés, aunque muchas veces no sea fácil por la dificultad en entender esta interrelación. Insistir en este concepto básico para el sindicalismo global supone afirmar con énfasis que la práctica solidaria no debe consistir en una acción de generosidad, menos de caridad, sino que debe tener como primera referencia la comprensión del interés propio para quienes la practican, además, evidentemente, del interés de los que la reciben.

Creo que la escasa, casi nula, afirmación de estos conceptos desde el sindicalismo transnacional es una de las razones, quizás la principal, que explican las dificultades para practicar un sindicalismo “conscientemente global”. Los “7 de octubre” son una elocuente demostración de estas consideraciones críticas.

Todo ello puede traducirse también en algunas afirmaciones elementales: la defensa del “modelo social europeo”, de los derechos del trabajo en el Norte, pasa por la defensa de los derechos del trabajo en todo el mundo. Cómo la comprensión de esto se ha dado, o no, en los recientes Congreso de la CSI y de la CES, es para mí una referencia esencial para analizar su desarrollo.


Sobre las actuales estructuras sindicales supranacionales

Considero absolutamente necesario insistir en que las estructuras sindicales supranacionales no pasan aún de ser esencialmente órganos de coordinación, pero no de dirección. Quizás lo más grave es que no se lo planteen abiertamente, conscientemente, como una deficiencia a superar. Ello arranca de su propia composición, aún con cupos regionales muchas veces definidos en los propios estatutos, y se desarrolla en su acción diaria. Se trata también de un problema que hemos vivido, y en general superado, en las estructuras sindicales nacionales.

Una condición para poder ejercer la función de dirección de un colectivo es que éste se sienta representado, tanto en los contenidos de las decisiones de los órganos de dirección como en la propia composición de éstos. Y para ello no sólo deben considerarse los intereses en torno a los cuales actúan, sino también en la democracia de sus procedimientos de elección, de sus formas de trabajo y de su toma de decisiones. Probablemente sea fácil señalar la necesidad de una democratización de estas estructuras, de la necesidad de comprobar en las estructuras supranacionales algo que podemos valorar con más facilidad en nuestras estructuras sindicales más próximas, aunque más complejo traducirlo en la práctica.

Para seguir con el ejemplo anterior, me parece útil traer lo que es una experiencia diaria de los cuadros sindicales que pasan de su primer ámbito de desarrollo (su empresa, el primer ámbito territorial) y se convierten en dirigentes de nivel superior, para afirmar que no tendremos dirigentes alemanes (o de otra nacionalidad) “globales” hasta que no reciban críticas de sus antiguos compañeros de fatigas con el reproche de tener poco en cuenta sus intereses sindicales nacionales.

Un apunte aún sobre mi reclamada democratización de las estructuras sindicales supranacionales: es necesario terminar con una situación de hecho que puede resumirse hoy en que “un €uro, o un $” equivalen a “un voto”, para recuperar el principio básico de “una persona, un voto”.


Los recientes Congresos de la CSI (Vancouver) y de la CES (Atenas) y las jornadas de acción supranacionales del 7 de octubre anual y del 29 de septiembre de 2010

No siempre los congresos reflejan el estado de las organizaciones, aunque me temo que los recientes de la CSI y de la CES se aproximan bastante. He tenido ya ocasión de expresar verbalmente y por escrito mis opiniones al respecto. Unas referencias se encuentran en mi blog: sobre el de la CSI en http://iboix.blogspot.com/2010/08/sobre-el-reciente-congreso-de-la-csi-de.html, y sobre el de la CES en las diversas “crónicas preatenienses” y “crónicas atenienses” (la última en: http://iboix.blogspot.com/2011/05/congreso-ces-cronicas-atenienses-y-4.html ). Sólo pues algunos apuntes ahora para resumir mis impresiones en relación precisamente con el tema de este seminario.

Para ello me sirven algunas consideraciones en relación con algunas convocatorias emblemáticas, al menos así las considero, de acción sindical, como son los 7 de Octubre, “jornada de acción sindical mundial en defensa del trabajo decente”, y el 29 de Septiembre, en 2010, definida en más de una ocasión como “Jornada de acción sindical europea en defensa del modelo social europeo”.

Curiosamente, o quizás desgraciadamente menos, ambos Congresos no abordaron el más mínimo análisis de cómo se habían desarrollado ambas convocatorias situadas precisamente en torno a cuestiones esenciales del sindicalismo en ambos ámbitos, mundial y europeo. Lo cierto es que con dicho análisis no sólo se hubiera tenido que examinar la respuesta a la convocatoria por parte de los trabajadores y trabajadoras, sino que creo debiera haberse partido del examen de los contenidos de la propia convocatoria general y de las que se produjeron luego en cada lugar. Veamos.

Parto de la idea de que el objetivo de toda acción sindical no es en primer lugar exteriorizar una protesta, una denuncia, un lloro, sino plantear objetivos con voluntad de traducirlos en movilización, también en victorias a partir de esa y de la negociación. Para ello debe apuntar a un interlocutor, una contraparte, empresarial y/o institucional, a la que exigir, presionar, instar a la negociación con el objetivo de alcanzar el acuerdo que materialice el avance conquistado. Ello deberá suponer que estos objetivos comunes serán asumidos por los protagonistas de las acciones, de modo que la coincidencia en la movilización no será una casualidad derivada de que en todas partes hay problemas a resolver.

Si observamos las convocatorias para tales jornadas, mundial y europea, vemos que se ponen en primer lugar los motivos concretos, incluso atomizados (como por ejemplo los convenios pendientes de cerrar). Esta dispersión de objetivos puede incluso explicar que aparentemente a los trabajadores y sindicatos alemanes poco les preocupara la defensa del modelo social europeo, como podría desprenderse de su prácticamente nula participación en esa jornada “de lucha”, aunque, eso sí, el Presidente de los sindicatos alemanes vino pocos días antes por tierras españolas para arengarnos hacia la Huelga General que estábamos preparando.

Parecía que la coincidencia en esas fechas hubiera sido en todo caso resultado de la casualidad, y aunque sus resultados hubieran sido espectaculares difícilmente hubiera podido avanzar una negociación con un interlocutor de ámbito mundial, o europeo, con objetivos y resultados asimismo mundiales, o europeos.

Un elemento positivo, para quizás superar desde el propio Congreso de Atenas esas limitaciones, lo constituye la campaña impulsada por el sindicalismo francés y alemán, asumida congresualmente, por la igualdad salarial y de derechos en el ámbito europeo. Ahora hay que desarrollarla, y sobre todo, aplicarla, de lo que no hemos tenido desde entonces noticia alguna. Pero el planteamiento permitiría abordar todos los problemas apuntados.

Por parte de la CSI cabe añadir que en los documentos previos y en el desarrollo del Congreso de Vancouver se aborda el tema de la Responsabilidad Social de las empresas con todos los tics defensivos de una primera etapa, por suerte superada en la práctica por el movimiento sindical del Norte y del Sur.


Unas breves reflexiones ante las nuevas turbulencias de los mercados, ante la gravedad de una crisis de incierta salida y que necesita de propuestas sindicales

Las consideraciones en torno al sindicalismo global no pueden ignorar su necesaria función abordando la crisis y las adecuadas respuestas y propuestas sindicales. En mi opinión se trata de una cuestión preocupante que, quizás con la esperanza de que algún día, y pronto, escampara, no hemos abordado con suficiente claridad en el debate. No es tema central de este punto del seminario, pero no quiero dejar pasar la responsabilidad de opinar sobre el sindicalismo global sin opinar también sobre la respuesta a la crisis, cuestiones que considero muy relacionadas.

Me sumo a las reiteradas explicaciones sobre quienes son los responsables. Sólo que saberlo no me parece consuelo suficiente. Y de que es necesaria otra política económica, de reactivación, de impulso de la actividad y del consumo, también. De acuerdo. Pero lo esencial en la acción sindical no es proporcionar información y recetas a los que quieran oír. No es decir lo que deben hacer los otros (empresarios, gobiernos, …), sino proponer y plantearse como pesar en el escenario correspondiente para que nuestras propuestas sean tenidas en cuenta.

Creo que un necesario punto de partida es asumir que la crisis ha expresado un consumo desbordado en el mundo desarrollado, en el “Norte”, resultado y estímulo de las diversas “burbujas” y de las diversas formas de especulación.

Y de ello deriva una primera consideración: el concepto y la palabra de “austeridad” no debería darnos miedo, es más creo que deberíamos entender que no es posible gastar más que lo que se produce. Y “austeridad” puede suponer, supone, sacrificios y limitaciones en el conjunto de las condiciones de vida, concesiones incluso, no para compensar la incapacidad de gestión sino para exigir y contribuir a la eficiencia en la gestión, para equilibrar los dos términos de la relación: aumentando la eficiencia del sistema, empezando por la empresa, y reduciendo sus gastos, de donde reducir para impulsar el crecimiento.

La cuestión está en determinar qué tipo de austeridad, en qué condiciones, con qué controles y contrapartidas sindicales, con qué garantías de futuro, con qué mayor contrapoder para el sindicalismo en todos los niveles de su condición de “organización de intereses”, desde la empresa al mundo global En todo caso austeridad no impuesta, ni aceptada resignadamente, que es lo que se sucede finalmente de hecho cuando las fuerzas, pocas o muchas que seamos capaces de organizar, se orientan erróneamente.

Asumir soluciones de austeridad es en la práctica lo que en muchos ámbitos estamos haciendo, pero se nos plantea en un marco deficiente ya que, para emplear palabras dichas en un reciente seminario internacional celebrado en Bogotá sobre la subcontratación, no practicamos suficientemente lo de “aprender de lo que hacemos”.

Considero que el sindicalismo del Norte debe asumir una necesaria austeridad, con las contrapartidas apuntadas, impulsando también un debate ciudadano sobre los tipos de consumo, sobre la sostenibilidad, lo que, además, es una forma de contribuir eficazmente a la transformación de este mundo, para avanzar hacia “otro mundo” “que sea posible” Pero, para incidir de forma efectiva desde el sindicalismo, es necesaria la acción sindical. Es la única forma de que nos oigan, de conseguir que los “otros” nos entiendan y asuman nuestra intervención en la definición de las soluciones, en el gobierno del futuro. Y la acción sólo podrá resultar de plantear objetivos claros en los ámbitos supranacionales en los que habrá que disputar las salidas a la crisis, partiendo de los nacionales, de los locales, de la empresa y centro de trabajo.


Un reto para el sindicalismo local, de empresa, sectorial, nacional: contribuir al sindicalismo “conscientemente global”

Creo que las cuestiones planteadas apuntan al sentido del título: el sindicalismo que necesitamos ha de ser “global”, y lo ha de ser “conscientemente”, es decir asumido como tal. Las inercias, y limitaciones, de los órganos de dirección supranacionales indican que para alcanzarlo no podemos esperar solamente a que desde ellos se impulse la acción sindical en ese sentido. Aunque lo intentemos, y hay que intentarlo, desde nuestra presencia en los mismos no podemos esperar que su sola iniciativa permita alcanzar tal objetivo. Será necesario que desde cada instancia sindical se extraigan las consecuencias, las exigencias, derivadas de la propia acción y que apunten, porque las hay, a una necesaria acción supranacional, y desde ellas se planteen a las estructuras globales que jueguen conscientemente esta función.

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