sábado, 9 de enero de 2010

Los abogados laboralistas en el franquismo. Importante contribución a la creación de "espacios de libertad"

El amigo Paco Ruiz Acevedo, Presidente de la "Associació per la Memòria Històrica i Democràtica del Baix Llobregat", me pidió una colaboración para un número extraordinario de la revista de esa Asociación, "memòria antifranquista del baix llobregat", dedicado a los abogados laboralistas bajo el franquismo. Con el título arriba indicado, le mandé las siguientes líneas:

"Voy a referirme al periodo que va desde comienzos de 1969, con el recién estrenado Estado de Excepción, hasta el 1 de febrero de 1976, con la manifestación ciudadana por la Amnistía. No es ciertamente toda la etapa de la importante actividad de los abogados laboralistas, una actividad en defensa de los derechos de la persona en general y de los de los trabajadores en particular, una actividad que empezó antes y continuó después, pero sí es el periodo en el que tuve una intensa relación con el grupo principal de abogados laboralistas de Catalunya en tanto que responsable del movimiento obrero en el Secretariado del Comité Ejecutivo del PSUC y responsable desde la dirección del Partido de la acción sindical y política en la SEAT.

En este periodo se acentúa el proceso de desgaste del franquismo, del fascismo español, una experiencia que arrancó muchos años atrás, con importantes huelgas obreras y con movilizaciones estudiantiles y de sectores intelectuales. Un proceso caracterizado esencialmente por la progresiva pérdida del miedo de los sectores más activos de la población, lo que desde el PCE, con Santiago Carrillo al frente, fue definido como “creación de espacios de libertad”. Y ahí es donde los abogados laboralistas de la época jugaron un gran papel, en Barcelona, en Madrid, en tantos otros puntos de la geografía española. Me referiré a lo directamente vivido por mí, y, para personalizar las referencias, creo que puedo citar particularmente a Albert Fina y Montserrat Avilés, a Josep Solé Barberá, Luis Salvadores y Francesc Casares. Es evidente que fueron bastantes más, pero también que estos 5 jugaron en Barcelona un papel especialmente relevante.

Y, puestos a concretar, he de referirme a un recuerdo muy particular para Albert y Montserrat, y a su intervención en relación con SEAT, desde un despacho, “el despatx”, donde con ellos trabajaban, actuaban, en un primer momento Ascensió Solé y Rafael Cabré; luego se incorporaron, nos incorporamos, otras y otros. Aquí quiero mencionar también a otras personas que trabajaban en estos despachos, en tareas esenciales para su funcionamiento, como administrativas y de organización, de asesoramiento económico, en temas de salud laboral o genéricamente sindicales; algunas de ellas estudiaron derecho y ejercieron luego también como abogados laboralistas en estos mismos despachos. Como recordatorio de todos y todas, permitidme dejar constancia de los nombres de Marí Carmen Rueda, Charo Fernández Buey, Jordi Agustí, Lluis Gutiérrez, Conxita Fernández, Antoni Luchetti, Ignasi Fina, que creo recordar eran los que trabajan en el despacho de Albert y Montserrat a principios de los años 70.

Considero útil aportar ahora algunas referencias más precisas a cómo desde la actividad de los abogados laboralistas, desde los despachos laboralistas, se contribuyó a desarrollar tales espacios de libertad. No pretendo desarrollar aquí este concepto y esta experiencia, esenciales en mi opinión para la liquidación del franquismo, y para entender el papel que en ello jugaron los movimientos sociales, otra construcción teórica del PCE, pero sí apuntar algunos de sus aspectos. No se trataba solamente de “utilizar las posibilidades legales”, es decir desde la legislación fascista (como todavía en los años de la transición algunos entendían o creían entender, o aún ahora repiten para justificar su posición en los debates de aquel momento), sino de desarrollar un espacio de organización y movilización de masas, de concreción de objetivos y reivindicaciones sociales y políticas, de relación entre las personas y colectivos que tenían un objetivo común y solidario, partiendo de cauces establecidos, o no prohibidos, por la legislación franquista, pero desarrollándolos y desbordándolos en formas que la propia legislación no había previsto ni podido prever, creando espacios de efectiva libertad, con la evidente, y necesaria, posibilidad de orientación, dirección y coordinación política desde las instancias más clandestinas del momento, del PCE en primer lugar. Un momento en el que el propio PCE se definía, o quería definir, como “Partido dirigente no dominante”, para definir su relación con las enormes potencialidades de los movimientos sociales.

Es evidente que entonces, y siempre, la represión no pretende tanto castigar a algunas personas, pocas, como atemorizar a bastantes más, muchas más. Su éxito no está tanto en el número de los represaliados, como en el de los paralizados por el miedo. Por ello, el fracaso de la represión empieza cuando cada día tiene que ampliar su ámbito de aplicación, cuando el miedo se debilita, sin capacidad de paralizar la acción colectiva que crece precisamente a partir de la propia solidaridad frente a la represión.

En relación con el movimiento obrero, en un avance nunca lineal, ello se expresaba en el creciente proceso de huelgas, manifestaciones, …, y también en el cada día mayor número no tanto de despidos y sanciones, de condenas, sino de demandas contra los despidos y sanciones, de preparación de los juicios en la Magistratura del Trabajo y en el Tribunal de Orden Público, acompañadas de un creciente apoyo solidario, económico y moral, a los represaliados, expresado en los centros de trabajo, acudiendo a dichos juicios, ...

En todo ello los abogados laboralistas jugaron un papel esencial. Las reuniones en sus despachos para preparar las demandas, los juicios, se convertían inevitablemente en reuniones de organización obrera, de desarrollo de los lazos personales y solidarios que estaban en la base de ésta. Los juicios en denuncias de la represión y su resultado, muchas veces, cada vez más, en victorias frente a la represión, frente al franquismo.

Estoy convencido de que de los textos de esta revista monográfica, así como de algunas otras publicaciones (de entre las que quiero destacar el libro de Albert “des del nostre despatx”), se desprenderán muchos ejemplos de lo que estoy mencionando. Pero quiero referirme ahora a uno, probablemente de los menos heroicos, pero muy significativo en mi opinión.

En la huelga obrera en SEAT del invierno del 74-75 (cuyo eje era la reivindicación de la representatividad, del reconocimiento de los delegados elegidos en los talleres, de la libertad sindical en definitiva), una de las muchas medidas, de los muchos intentos represivos, de la empresa fue la suspensión de empleo y sueldo por 1 día a toda la plantilla, cerrando la fábrica. Ante esta medida decidimos, no sin ciertas reticencias de Albert y Montserrat (esencialmente de orden técnico absolutamente comprensibles), presentar demandas individuales contra la sanción. No era fácil, pues había más de 20.000 posibles demandantes. Preparamos una demanda tipo, pues la sanción y los motivos alegados eran los mismos para todos, y se distribuyeron fotocopias en los talleres, para que cada persona pusiera su nombre, DNI, salario y firma, y, pagando no recuerdo si 5 ó 25 ptas., se organizara su recogida en el despacho, entonces en Ronda Sant Pere. Se firmaron unas 10.000 demandas y la organización de todo ello, la distribución del documento en la empresa, la recogida del dinero, la entrega personal una a uno en el despacho, en largas filas en la calle, para garantizar la exactitud y autenticidad de los datos, significó una autentica fiesta de organización, y de libertad. La presentación en Magistratura de las demandas, en gruesos paquetes, fue otro acontecimiento, al menos para nosotros, ante la sorpresa de los funcionarios. No recuerdo ya si al final se produjo el sobreseimiento del caso, la retirada de la sanción por la empresa, o se ganó el juicio (en los años 70 se ganaron todos excepto el último, el de los 500 despedidos). En realidad en aquel momento el final era probablemente lo de menos, después de la victoria que ya suponía todo el proceso.

Y, sin necesidad de entrar en detalles, quisiera recordar el papel que jugó “el despatx” en las importantes, y muy significativas en muchos aspectos, elecciones sindicales del 75-76 del Sindicato Vertical (CNS); en la preparación, apoyo y coordinación de las “candidaturas unitarias, obreras y democráticas”, que impulsamos también, y en gran medida, desde allí a partir del cartel que preparamos para las elecciones de SEAT. Los días 16, 17 y 18 de junio de 1975, días de elecciones y recuentos, el despacho fue uno de los principales centros de recogida y transmisión de datos, de relación con la prensa, de celebración de las importantes victorias obreras democráticas en la primera fase de estas elecciones sindicales. Y de preparación de la segunda fase, con el asalto a las UTTs ("Unión de Tecnicos y Trabajadores" en las estructuras de la CNS), así como de elaboración del librito que Manuel Pujadas y yo publicamos sobre estas elecciones, “Conversaciones sindicales con dirigentes obreros”.

La inmersión profesional y también personal de los abogados laboralistas en la acción obrera se expresó asimismo en su presencia constante como víctimas de la represión franquista. Fueron frecuentes los asaltos y registros de los despachos, las detenciones de abogados laboralistas, su paso por el TOP y las cárceles de Franco. En el despacho de Albert y Montserrat, ya en la calle Caspe, vivimos una ostentosa vigilancia de fachas (coincidente con los asesinatos en el despacho madrileño de la calle Atocha) a raíz de la huelga de la empresa de transportes “Miguel Mateu”, a los dirigentes de la cual asesoramos desde el despatx.

La transición hacia la democracia planteó problemas importantes a los despachos laboralistas, más a los que más implicados habían estado en su contribución a crear espacios de libertad. Cuando el amplio movimiento obrero desarrollado bajo el franquismo, esencialmente en forma de “comisiones obreras” y en torno a sus “coordinadoras”, se transformó en las Comisiones Obreras como organización sindical, cuando reapareció UGT, a los abogados laboralistas, y a los dirigentes sindicales, se les planteó cómo articular su relación en el naciente sindicalismo por organizar en la democracia. En el ámbito comunista y de CC.OO. ello se insertó en un debate sindical y político de más envergadura, el de la unidad sindical y de la relación entre “partido” y “sindicato”, de quien debía hacer de correa de transmisión de quien. Todo ello traducido, entre otros temas, en la discusión sobre si convertir a los abogados laboralistas en empleados asalariados del sindicato, integrándolos en sus gabinetes jurídicos, o no, estableciendo una relación distinta en la que asumieran una autonomía profesional integrada en el ámbito de la dirección política del sindicato.

No fue muy distinto el debate en UGT. Y en ambos el resultado también fue, lamentablemente, similar, traducido en la incapacidad para desarrollar e integrar plenamente desde el sindicalismo organizado el enorme capital profesional y la riqueza de ideología laboral acumulados por los abogados laboralistas en los últimos años del franquismo. Pero ésta es ya otra historia. Y otro debate, y materia también de investigación para los historiadores del sindicalismo español, por lo que me parece útil dejar aquí y ahora constancia de ello.

Al comenzar estas notas fijaba el 1 de febrero de 1976 como punto final del periodo rememorado, porque ésta fue la fecha de la manifestación ciudadana por la Amnistía convocada, y comunicada a las aún franquistas “autoridades”, por un número importante de ciudadanos. Albert Fina y yo estábamos entre los firmantes de la convocatoria y el “despatx” fue uno de los puntos de coordinación de la convocatoria de la que fue en Barcelona, paralelamente a la de otras ciudades españolas, una importante manifestación por las libertades, por “Llibertat, Amnistía, Estatut d’Autonomía”

Quiero terminar estas notas con un recuerdo a un acto simbólico con el que los abogados laboralistas en el franquismo, junto con otros laboralistas, quisieron/quisimos dejar constancia de nuestra propia historia. Fue, creo, a finales de 1976 o comienzos de 1977, con una placa colocada en el monumento a Francesc Layret en la plaza Goya de Barcelona tras una marcha por el centro de la ciudad. Luego hubo un acto en el que se rememoró la figura de aquel también laboralista y, entre otras de sus citas, se mencionó una que, más o menos literalmente, recogimos en un folleto del “despatx” de Albert y Montserrat, y que luego aparecería regularmente en la portada del órgano de la CONC “Lluita Obrera”: “Cuando los trabajadores hacen huelga no es que no quieran trabajar, es que quieren hacerlo en mejores condiciones”.


Enero 2010"