Siguen las conversaciones con Carlos Mejía y José Luis López Bulla , iniciadas en torno a la “Autoreforma” del sindicalismo latinoamericano
A partir de las últimas aportaciones de ambos compañeros (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2012/03/sindicato-y-politica-continuacion-del.html y http://www.sindicalistas.net/2012/03/sigue-la-conversa-con-isidor-boix-y.html ) creo que vamos derivando hacia un planteamiento más global de la problemática que plantea la relación entre sindicalismo y política. Hemos situado ya tres fórmulas para esa relación: “dependencia”, “interdependencia” y “complementariedad”, ésta última formulada por el amigo Carlos en sus últimas consideraciones.
Desde la evidencia de la relación entre sindicalismo y política como expresiones de acción social colectiva, me parece útil afinar en los matices que las diferencian. En mi última aportación a estas conversaciones apuntaba mi idea sobre la diferencia entre “dependencia” e “interdependencia”: “Considero ésta como una relación mutua desde la igualdad, de recíproca influencia entre sindicalismo y política, mientras que la ‘dependencia’ significa una relación de subordinación en uno u otro sentido.”
Por otra parte el concepto de “complementariedad” apunta en mi opinión a una mutua necesidad. Y estaría de acuerdo si se establece entre “sindicalismo” y “política”, pero menos entre “sindicato” y “partido”. Comisiones Obreras somos un ejemplo de sindicato que no precisa de un partido como referente, por tanto de un sindicalismo que no necesita de un “partido obrero”, de un “partido guía” como han afirmado tener en general los sindicatos ligados a los partidos comunistas y muchos de los vinculados a los partidos socialdemócratas. Y, al mismo tiempo, CCOO somos un sindicato que sí hace política (1) , que sí interviene en la política, que no tiene miedo a que se califique de “política” su acción, saliendo así además al paso de esta cultura, tan negativa en mi opinión, de considerar como peyorativa la calificación como “políticas” de determinadas propuestas o actitudes, que incluso provienen de partidos políticos. La complementariedad en este caso sería entre la acción sindical y la acción política, integrando también ésta como posible componente de aquella.
Desde la positiva complementariedad de sindicalismo y política reivindico la mutua “independencia”, que desde el sindicalismo español hemos venido formulando más bien como “autonomía”, quizás asumiendo sin expresarla tal complementariedad.
No comparto sin embargo la idea de necesaria complementariedad entre partido y sindicato porque apunta a una relación de mutua necesidad, como formas organizadas entre las que se establecerían por ello inevitables lazos de dependencia en uno u otro sentido.
Carlos Mejía me acusa (como polemizante, no como fiscal) de considerar el efecto político de transformación social de la acción sindical como “inconsciente o no deseado”. Pues no es ésta mi concepción, y no creo que pueda deducirse tal idea de mi formulación. Solamente he señalado, y lo reitero, que entiendo las consecuencias transformadoras de la acción sindical resultantes precisamente del carácter de “clase” del sindicalismo y de la incidencia política de su acción social colectiva, como expresión de los intereses del colectivo de los asalariados, sin necesidad de anteponerle objetivos políticos programáticos previos, ni guías externos. En nuestras “Conversaciones en Colomers” recién publicadas y presentadas, José Luis apunta posibles derivas de espontaneísmo en mis planteamientos (3). No pretendo polemizar ahora con la atribución de tal calificativo, sino reiterar mi idea de que hoy la acción organizada de la clase trabajadora debe arrancar de la elaboración, desde el propio sindicato, de sus objetivos colectivos, “sin reyes ni tribunos”, ni internos ni externos. Ello no impide que en este proceso los sindicalistas con concepciones políticas, militantes o no de organizaciones políticas, hagan sus propuestas en base a tales concepciones, ni se contrapone a que sindicalistas, dirigentes sindicales, sean a la vez militantes y dirigentes de partidos políticos.
Seguramente la mejor defensa frente a situaciones de dependencia radique en la efectiva democracia en la vida interna del sindicalismo, tanto para la definición de objetivos colectivos como de formas de acción, también en la elección de los órganos de dirección a todos los niveles. Sé que no es fácil evitar la manipulación en uno u otro ámbito y a ello deberían contribuir las normas internas, aunque podría resultar más eficaz la positiva tensión interna, el nivel de efectiva participación de los afiliados, de los militantes.
Desde esta perspectiva considero que a ello puede contribuir una norma de incompatibilidades, por lo que me parece interesante abordar el tema también desde las observaciones de José Luis y sus referencias a nuestras opiniones en 1976. Las mías efectivamente se enmarcaban en lo que era mi concepción leninista desde los postulados del eurocomunismo (2) . Hoy mis propuestas concretas, y las consideraciones que las sustentan, son distintas, precisamente como resultado de la experiencia de la acción de las organizaciones políticas que se reclaman de la clase obrera, por lo que entiendo conveniente regular tales incompatibilidades en las organizaciones sindicales.
Quisiera sin embargo volver sobre la complementariedad para afirmar que no entiendo en absoluto incompatibles la acción sindical y la militancia política en una misma persona, ni incluso tampoco el desempeñar funciones de responsabilidad y/o representatividad en ambas. Seguramente éstas deberían ser solamente incompatibles en niveles o ámbitos que pudieran inducirle a aplicar decisiones tomadas en órganos de dirección del partido en su acción sindical violentando la necesaria democracia participativa en el sindicato.
Todo ello me parece de interés precisamente ahora, cuando a lo largo del Siglo XX han fracasado en sus políticas concretas, sobre todo cuando han ejercido el gobierno absoluto, los diversos postulados ideológicos autodefinidos como expresión de los intereses de la clase trabajadora, particularmente los que han preconizado la “dictadura del proletariado”.
En todo caso, y para acercarnos de nuevo a Latinoamérica y al origen de nuestras “conversaciones”, me parecería muy útil un riguroso análisis de las experiencias de la relación entre sindicalismo y política, entre partido y sindicato, en países como Argentina, México y Brasil, y también Cuba, Perú y Colombia, en relación con los cuales tengo algunas ideas por experiencias directas vividas, pero que me gustaría conocer más profundamente. El próximo Congreso de la CSA y la vocación de “autoreforma” del sindicalismo latinoamericano van sin duda a aportar elementos de gran interés.
(1) Un buen ejemplo, estos días, es la Huelga General de ayer, 29 de marzo, que es efectivamente una huelga “política”, legítimamente política, porque confronta con la política económica y las reformas legislativas promovidas por el Gobierno Rajoy
(2) Esto sería otro interesante debate del que precisamente estos días algo hemos recuperado a propósito del librito sobre nuestras “Conversaciones en Colomers”, editado por Comisiones Obreras de Catalunya y relativas a los debates, “inconclusos” o “abortados” en los años 70 del siglo pasado en el PCE, en el PSUC y en CCOO, sobre la construcción del sindicalismo unitario y el papel de la acción obrera en la última etapa del franquismo, en el camino hacia la democracia en España
(3) Me refiero ciertamente, como señala José Luis, a nuestros debates de los años 70