Adjunto a continuación el artículo que me pidieron para la Revista "TIEMPO DE PAZ", del Movimiento por la Paz -MPDL- para publicar en su número monográfico "Empresas, Responsabilidad Social y Derechos Humanos" coordinado por Ramón Jauregui :
Aunque la
globalización productiva no es un fenómeno reciente, puede considerarse que sí
lo es la conciencia de su importante significación, seguramente por la
aceleración de algunos fenómenos y, sobre todo, por su repercusión en nuestra
vida diaria, individual y colectiva. A la acentuación de su percepción ha
contribuido sin duda de la crisis, una crisis económica, social, política, de
civilización en muchos aspectos, y a lo que cabría añadir la incidencia de
fenómenos muy dispares, entre ellos una crisis del modelo de consumo en las
sociedades consideradas como más avanzadas.
Las notas que siguen constituyen
algunas reflexiones desde la perspectiva sindical, es decir desde la acción
colectiva para hacer frente a la incidencia de la actual coyuntura en las
condiciones y relaciones de trabajo, de cómo desde tal acción colectiva se
contribuye, o se puede o debe contribuir, a hacer realidad la afirmación de que
“otro mundo es posible”.
1.- Notas sobre la globalización
Algunas referencias a
la globalización me parecen necesarias para entender mejor algunas
consideraciones sobre la acción sindical en tal marco.
No se trata de un
fenómeno nuevo, quizás sí lo sea en su intensidad y en algunas de sus
manifestaciones, pero las tendencias a la internacionalización productiva, y
con ella la del comercio, a la deslocalización, arrancan con la propia
industrialización. Pero hemos pasado de la deslocalización en una comarca y en
un país, a tal fenómeno en un conteniente y ya en el mundo global.
Deslocalización que, no se olvide, lleva aparejada relocalización, desarrollo
industrial en otras zonas, con al mismo tiempo riesgos de empobrecimiento
global si esta tendencia se desarrollara de forma unívoca, pero por suerte
atemperados por las exigencias, y conquistas, de derechos laborales desde los
nuevos centros de producción globales.
Algunas cifras ayudan
a entender las actuales dimensiones de la globalización, concretamente en
relación con el protagonismo de las empresas multinacionales. Según recientes estimaciones
de la Confederación Sindical Internacional, las empresas multinacionales ocupan
en toda su estructura productiva y de distribución (cabecera y filiales, junto
con sus proveedores, contratas y subcontratas, hasta el trabajo domiciliario)
aproximadamente al 50 % de los trabajadores del mundo (aunque solamente el 3%
del total en plantilla propia), producen sobre el 60 % del total de bienes y
servicios, y protagonizan el 80 % del comercio entre los países del planeta.
Una fácil conclusión
resulta además de estos datos: el respeto, la conquista, de los derechos del
trabajo en las cadenas de valor de las multinacionales del globo tiene una
evidente fuerza expansiva, constituye una decisiva contribución a la defensa de
los derechos humanos en general y de la dignidad del trabajo en particular.
2.- Sobre la crisis
La crisis tiene
indudablemente responsables, sectores sociales que la han provocado y de la que
se han beneficiado; actores de la política nacional e internacional cuya
gestión la ha facilitado. Acusar a las políticas “neoliberales” de todo ello
resulta fácil, pero sólo clamar estas certezas es de dudosa utilidad. Me
interesa más en este momento considerar qué respuestas, propuestas y acciones, con
escasas variantes, hemos dado a tales pecados desde las organizaciones
sindicales nacionales e internacionales, así como desde la “progresía” política.
La primera respuesta fue
un “no a la austeridad”, y en ocasiones “que paguen los culpables”, como si el
desarrollo del mundo se produjera en función de un supuesto código ético
administrado por poderes extrahumanos, por un Dios que pudiera corregir los
desaguisados de la Humanidad. Lo cierto es que en los países desarrollados, el
primer mundo (o “el Norte”), parece haberse producido una recuperación (aunque
con nubarrones no despejados) en cifras macro, un nuevo crecimiento desordenado,
pero con un elevado coste traducido en un deterioro del estado de bienestar, en
un retroceso en los derechos ciudadanos y laborales, con un indudable avance de
la cultura de la insolidaridad expresada en los renacidos nacionalismos
impregnados de xenofobia, en la respuesta al drama de los refugiados y a las
migraciones de diverso origen. Un panorama en el que sin duda también ha incidido
muy negativamente el terrorismo internacional.
La crisis ha
potenciado en la práctica la insolidaridad sindical interregional e
internacional, camuflada detrás de pomposas declaraciones. Así se han mantenido
por parte de muchos sindicatos las reticencias a una negociación colectiva
supranacional, europea, también a los bonos europeos, y se han impulsado
medidas antidumping contra las exportaciones a Europa desde diversos países,
esencialmente asiáticos, que, independientemente de estudios posiblemente
correctos, hubieran debido estar precedidas de una discusión intersindical con
las organizaciones sindicales de los países productores.
No quiero salir de
este tema sin dejar constancia de mi opinión, expresada ya en diversas
ocasiones desde el inicio de la crisis, sobre lo que hubiera tenido que ser la
respuesta sindical. Partiendo la realidad de la crisis, que nadie cuestiona, entiendo
que la “austeridad” era una necesidad, pero no cualquier austeridad. Asumirlo
significaba plantear qué austeridad, cuánto, dónde y cómo. Con qué controles y
garantías, con qué contrapartidas de presente y de futuro. Esto es por otra parte
lo que se ha hecho en España en empresas con fuerte implantación sindical. Y
parece que en este mismo sentido se ha llegado a acuerdos con participación
sindical en algunos países nórdicos. Sin embargo a partir de tales experiencias,
en general silenciadas, no se ha elaborado política sindical alguna, y tampoco
han habido desde la izquierda política propuestas en tal sentido, ni en el
ámbito español, ni en el europeo, ni en el internacional.
3. Eppur si muove
Diversos y dispersos
avances se han sin embargo producido como consecuencia de las tensiones y
contradicciones sociales en los países emergentes, de los dispersos intentos de
hacer frente en ellos a las degradantes condiciones de trabajo y de vida, de la
acción sindical en estos países así como en los de las casas matrices de las
multinacionales que en ellos fabrican, de la repercusión de la conciencia de su
posible incidencia en su reputación por parte de estas multinacionales, de la
progresiva toma de conciencia mundial de tal realidad, con denuncias, gritos,
informes no siempre rigurosos, pero con el indudable mérito de contribuir a que
no resulte desapercibida la miseria sobre la que se construye el progreso
realidad. Y se han producido también nuevas contradicciones, nuevos fenómenos
de deslocalización y relocalización con crecimiento industrial, por ejemplo
desde China a otros países del sudeste asiático, e incluso de cierta vuelta de
producción a la cuenca mediterránea.
Expresión de todo
ello no son sólo las estadísticas de los espectaculares crecimientos del PIB, de
la producción y de las exportaciones de muchos de estos países emergentes. Las
de los incrementos salariales en los mismos son también significativas,
cuestión que no debe olvidarse a la hora de formular denuncias, pues dispersas y
desorientadas denuncias podrían llevar, llevan sin duda, al olvido de que,
junto al incremento de las desigualdades en un mismo país y entre países, se ha
producido también una no despreciable disminución de la pobreza en el mundo, como
resulta de los más de 800 millones de personas que desde 1980 a 2006 han salido
de sus umbrales. Olvidar los datos y síntomas de esta realidad, genera por otra
parte la paralizadora creencia de que ningún avance es posible.
Se ha producido una
notable evolución de los salarios mínimos en los países emergentes, que aunque son
sólo de aplicación directa, y no siempre, en la economía formal (que en algunos
países resulta inferior a la informal), son también de indudable repercusión en
el conjunto de la actividad en ellos. Algunas cifras sobre éstos y los salarios
reales (comprobados en mis visitas a fábricas proveedoras de
marcas españolas de ropa) en el Sudeste Asiático y el Magreb, concretamente en
la industria del vestido que produce la ropa de las grandes marcas mundiales,
son:
·
En
China en 2006 los salarios mínimos (distintos por regiones e incluso
localidades) se situaban en torno a los 30 €uros mensuales, con retribuciones
mensuales de las operarias (y los operarios) en los talleres de la confección que
podían oscilar entre 100 y 140 €uros
mensuales con jornadas anuales de trabajo que podían llegar a las 3.000 horas
año. En 2016, 10 años después, los salarios mínimos se sitúan en torno a los
200 €uros, con retribuciones entre los 350 y los 500 €uros mensuales con
jornadas de trabajo ligeramente inferiores a aquellas.
· En
Vietnam estos mismos conceptos han pasado de 30 €uros mensuales de salario
mínimo en 2008 y una retribución real de 50 a 70 €uros, a unos salarios mínimos
entre 90 y 130 €uros en 2015, con una retribución efectiva de 200 a 280 €uros
mensuales.
·
El
salario mínimo en Bangladesh ha pasado de 36 €uros mensuales en 2013 a 68 €uros
en 2015. En Camboya esta evolución ha sido desde unos 54 €uros en 2013 a 124
€uros en 2016.
·
Y
en Turquía, un país con importante crecimiento económico en los últimos años y
con problemas también importantes de derechos y libertades, su salario mínimo
pasó de 400 € en 2014 a 518 €uros en 2016.
Entre las iniciativas
sindicales que han incidido en esta cambiante realidad cabe citar los evidentes
avances en la organización sindical en algunos países, como Bangladesh y
Camboya, las iniciativas de las Federaciones sindicales globales,
particularmente las de IndustriALL Global Union y UNI traducidas en los
Acuerdos de Bangladesh “para la prevención de incendios y la seguridad de
edificios”, o en el proyecto ACT para abrir en varios
países la negociación de un salario mínimo “vital”, traducido ya en la apertura
de una mesa de interlocución en Camboya (donde no existía negociación colectiva
sectorial) entre los sindicatos y la organización patronal (los principales
proveedores de las grandes marcas del vestido mundiales). También la aplicación
de los Acuerdos Marco Globales, entre ellos los aún escasos suscritos en la industria
de la ropa (con Inditex desde 2007 y con H&M desde 2015), y la más
desordenada intervención sindical en la política y práctica de Responsabilidad
Social de muchas multinacionales.
4.- La Responsabilidad Social empresarial y
las “cadenas de valor”. De la unilateralidad a los Acuerdos Marco
No ha sido fácil,
pero ya en los últimos años hemos conseguido ir más allá de la consideración de
la “Responsabilidad Social” empresarial como algo ligado a sus “Códigos éticos”
unilaterales y a su “acción social” (iniciativas de beneficencia o filantropía
impulsadas desde los departamentos de “reputación corporativa”), o de sus
también unilaterales “Códigos de Conducta”, a veces más serios, de mayor
interés por su contenido y práctica, pero no siempre acompañados de iniciativa,
de intervención, por parte del sindicalismo organizado.
La “acción social” no
era, no es, más que beneficencia o filantropía, en la línea de las propuestas
de Friedman, nada que ver con el concepto de “responsabilidad social”
finalmente acuñado por la Comisión Europea y relacionado con al “impacto” de la
propia actividad empresarial. En cuanto a los códigos unilaterales, se trata
esencialmente de normas “voluntarias”, aunque exigibles socialmente en cuanto
son compromisos públicos, de aplicación siempre cuestionable y en general
solamente a los ámbitos de la casa matriz de las multinacionales y sus
filiales. Tampoco van más allá de ese ámbito muchos de los Acuerdos Marco,
sobre todo los pactados en una primera etapa con los sindicatos de la cabecera
de la multinacional o con los Comités de Empresa europeos.
Para ilustrar con un
ejemplo de qué estamos hablando al abordar el tema de los AMG, pueden servir
las cifras de Inditex, la multinacional española primera distribuidora mundial
de ropa. En España cuenta con unos 50.000 trabajadores (fábricas, logística y
tiendas) y 150.000 en todo el mundo (esencialmente tiendas), pero para la que
trabajan (para la producción cada año de unos 1.200 millones de unidades de
ropa y complementos) 1,5 millones de trabajadores en casi 6.000 fábricas de 45
países de 4 continentes.
Son estas cadenas de
valor las que integran el ámbito global antes señalado, a partir de las
estimaciones de la CSI, sobre trabajadores, producto y comercio, mundiales. Es en
relación con el conjunto de este entramado industrial que hay que plantearse
cómo intervenir para la defensa de la dignidad del trabajo.
Han habido numerosas
experiencias en el tránsito de la unilateralidad a la contractualización, pero
el punto de inflexión lo ha constituido el mencionado Acuerdo de Bangladesh
tras la tragedia de Rana Plaza en 2013 y la ya señalada iniciativa ACT acordada
por 15 grandes marcas con IndustriALL Global Union. A partir de ellas se ha
intensificado la acción sindical para alcanzar Acuerdos Marco con las
multinacionales. La firma en otoño 2015 del suscrito por H&M con IndustriALL
Global Union ha significado un importante impulso en el ámbito de la industria
de la moda, donde sólo había uno significativo, el suscrito en 2007 con la española Inditex.
Para los “Grupos de
Interés”, particularmente para el sindicalismo organizado, los Acuerdos Marco
suponen un cambio esencial en su implicación en la defensa del trabajo decente,
pasando de la denuncia de los problemas detectados a la corresponsabilidad, a una
permanente intervención, sin esperar a que estallen los problemas, precisamente
para evitarlos.
La Conferencia de la
OIT de 2016 puede considerarse por otra parte la definitiva asunción de que
sólo puede hablarse de acción por el “trabajo decente” desde la iniciativa
empresarial, y también sindical, si se proyecta sobre toda la “cadena de
valor”, es decir sobre toda la estructura de producción o suministro, así como
la de distribución, integrada por todas sus filiales y todos sus proveedores, así
como todas sus contratas y subcontratas, llegando también al trabajo doméstico,
un entramado empresarial mayoritariamente sin relación societaria con sus
clientes multinacionales, pero absolutamente dependiente de éstas.
El mérito esencial de
esta Conferencia reside en el hecho de haber establecido en su Orden del Día una
Comisión de Trabajo con el título de “El trabajo decente en las cadenas
mundiales de suministro”, aunque luego su Resolución no haya ido más allá de
dejar constancia de la significación del problema, sin, aún, iniciativas claras
para abordarlo.
Algo similar había hecho este mismo año la Unión Europea con una “Conferencia
de Alto Nivel” sobre la “Gestión responsable en las cadenas de suministro de la
industria del vestido”.
La asunción de las
cadenas de valor como ámbito prioritario para la defensa del trabajo decente y
de los Acuerdos Marco Globales (AMG) con el sindicalismo organizado como el
instrumento adecuado, permite abordar de nuevo la necesaria incidencia en la
cuestión de un pendiente ordenamiento jurídico global, en relación con el cual
de nuevo se constata que las normas vinculantes, esencialmente las positivas,
van siempre a remolque de las relaciones sociales resultantes de la acción de
los colectivos interesados.
Existen ciertamente
directrices de ámbito global, entre ellas la Declaración Universal de los
Derechos Humanos o los Convenios de la OIT, pero no es posible considerarlos
como integrantes de un adecuado “ordenamiento jurídico internacional”, dada su
casi nula capacidad para imponer lo que proclaman y para sancionar sus
violaciones.
La Organización
Mundial del Comercio (OMC) sí tiene capacidad sancionadora sobre el comercio
mundial, pero hasta ahora han fracasado, como consecuencia de la oposición de
los gobiernos, todos los intentos sindicales de que se estableciera la
exigencia de que los productos objeto del comercio mundial acreditaran el
cumplimiento de las normas básicas sociales y medioambientales en su proceso de
producción.
Como referencia para
el necesario avance para la conquista del trabajo decente global en este Siglo
XXI podría servir la propuesta que hicimos la delegación de CCOO en la Conferencia
de la OIT:
“1.- Necesidad
de pasar de la unilateralidad a la contractualización, mediante Acuerdos Marco
Globales, de los compromisos de Responsabilidad Social empresarial, con
reconocimiento expreso por parte de las empresas de todos los Grupos de
Interés, particularmente los sindicatos, a lo largo de toda su cadena de
suministro.
2.- Que
las empresas multinacionales desarrollen igual exigencia y control del trabajo
decente en toda su cadena de suministros (filiales, contratas, subcontratas y
proveedores); que den detallada información de los centros de trabajo que la
integran al sindicalismo global y a los sindicatos de cada país donde se
encuentran, y que establezcan el derecho sindical al acceso a todos ellos.
3.- Que
la OIT inste a la OMC a exigir que los productos del comercio mundial acrediten
trabajo decente y garantías medioambientales en su fabricación.
4.- Que
se elabore un nuevo Convenio de la OIT para el trabajo decente en las cadenas
mundiales de suministro, refundiendo y actualizando las diversas normas
globales al respecto”
Para subrayar la
posibilidad de los puntos primero y segundo baste recordar que es lo que ya consta
en el Acuerdo Marco Global de IndustriALL Global Union con Inditex, y que así
lo estamos ya aplicando con demostrados interés y capacidad sindicales para
incidir en la defensa del trabajo decente en su antes mencionada cadena mundial
de suministro.
5.- Apuntes para una acción sindical global
por el trabajo decente
Es fácil coincidir en
cualquier foro, desde todos los espacios sociales y políticos, suscribiendo la
exigencia de “trabajo decente”, de trabajo digno, en todos los rincones del
mundo. Pero estas coincidencias parecen sin embargo desmentidas a cada instante
por la realidad, por la insuficiente acción colectiva para conseguirlo.
Desde el sindicalismo
no hay duda de que nos pronunciamos por la defensa local y universal de los
derechos humanos en el trabajo. La más elemental referencia para el desarrollo
de estas ideas desde la acción sindical debería ser el propio concepto del
sindicato como “organización de intereses”. Se trataría por ello de definir los
diversos ámbitos en las relaciones laborales y en cada uno de ellos determinar
los comunes intereses a defender por parte del colectivo social implicado y por
la organización que pretende encuadrarlo, organizarlo, representarlo, es decir
por el sindicato. Y así desarrollarlo en todos los ámbitos, desde el centro de
trabajo hasta el mundo mundial.
Sin embargo la
práctica no es tan evidente, porque no siempre resultan conscientemente
asumidos por cada colectivo social sus intereses colectivos y los que resultan
de su integración en un ámbito superior, más amplio. Por ello su elaboración y
su asunción, la acción colectiva para su conquista no es tarea sencilla.
Desde los centros de
trabajo de los países del “Norte” se asume la globalización en primer lugar
como deslocalización y pérdida de derechos. Por otra parte apenas se entiende
que podamos, y nos interese, influir desde nuestro propio y pequeño espacio vital,
laboral, en lo que suceda en otros centros de trabajo a miles y miles de
kilómetros, más allá de innumerables fronteras, en otros países, casi en otro
mundo.
Esta dificultad
encierra en realidad dos problemas, ambos importantes. Por una parte nuestra
sensación de pequeñez, de impotencia ante problemas de dimensión planetaria. Pero por otra, quizás más
importante, la sensación de que perdemos empleo, y también derechos, porque
nuestra actividad productiva se va lejos y otros la asumen, “nos la quitan”. Poca
solidaridad efectiva puede pues sentirse con los que se “benefician” de lo que
perdemos. Algo similar puede suceder en los ámbitos sindicales más inmediatos,
hasta las fronteras de nuestro propio y pequeño país, aunque resulte
periódicamente enmascarado por formales y pomposas declaraciones de amistad o
solidaridad “internacionalistas”.
No se trata de
renunciar a los intereses más inmediatos del colectivo más reducido, del
colectivo de base en cualquier ámbito, de los intereses individuales de cada
integrante de la clase trabajadora, sino de entender que partiendo de éstos,
para su propia defensa, son necesarios derechos colectivos de un más amplio
espacio. Y ello nos ha de llevar a plantearnos cuáles son los intereses de la
clase trabajadora como un todo en el ámbito mundial, a entender la solidaridad
no sólo como interés del que la recibe, sino más como interés del que la
practica. No contra, sino desde, el corporativismo “bien entendido” de centro
de trabajo, de país, de región. Y ello a través de un ejercicio que para
simplificar puede resumirse en la necesaria conciencia de que los supuestamente
privilegiados lo serán (seremos) cada vez menos si quedan (quedamos) aislados; que
romper la insostenible tendencia a deslocalizar donde menos derechos existan
supone una generalización de derechos que a todos interesa. Resulta sin embargo
difícil en la práctica entender la solidaridad como algo más que la
coordinación de intereses particulares. Como difícil es que desde los
sindicatos del Norte se sepa diferenciar la solidaridad del paternalismo
sindical.
Más compleja es la
situación en las estructuras sindicales supranacionales, donde, a pesar de las
apariencias, de los órdenes del día formales de sus reuniones, la conciencia de
intereses comunes apenas trasciende de los papeles, predominando la voluntad de
defender los propios a través del espacio de influencia en el correspondiente
entramado organizativo. Y ello fomentado por la propia concepción de estas
estructuras, con órganos de dirección sindicales constituidos como suma de
representantes de países o regiones en función del volumen de cotizaciones
aportadas. De hecho el problema no es tanto que en los órganos de
dirección europeo o mundiales haya determinadas
mayorías nacionales, sino que cuando ejercen la dirección sindical de ámbitos
supranacionales no se olviden de su pasaporte. Con, demasiadas veces, un
problema añadido en la política de contratación de cuadros técnicos de apoyo a
los órganos de dirección con criterios clientelares.
Ámbito de incidencia
de la acción sindical deben serlo no sólo las correspondientes estructuras
empresariales, sino también las instituciones nacionales y supranacionales. Las
reuniones de la OIT apuntan a que la actitud de los gobiernos y sus
pronunciamientos globales podría modificarse si así resultara de la presión
social, empezando por la propuesta y acción sindical.
Para simplificar, cabe
señalar como primer objetivo la generalización, homogenización, globalización
de los derechos básicos laborales, lo que podría resumirse en las siguientes
libertades y derechos:
·
Libertad sindical y
derecho de negociación colectiva
·
Salario mínimo
“vital”
·
Seguridad y salud en
el trabajo (lo que incluye el derecho a la vida)
Para construir en
torno a ellos la acción y organización sindical, empezando por las cadenas de
producción de las multinacionales, es decir desde la cabecera de éstas hasta su
último eslabón. Porque estaríamos además hablando de los derechos de los
colectivos en general con más potencial de organización y de acción, con mayor
capacidad para incidir en la dirección de las multinacionales. Y con una
evidente posibilidad de incidir en los países en los que se extienden tales
cadenas de producción.
Ello supone, debería
suponer, una cadena también de propuestas y de iniciativas de acción sindicales,
a plantear desde el sindicalismo de la casa matriz hasta todos los de la cadena
de valor, impulsadas y coordinadas por las estructuras del sindicalismo global.
Una tarea que se ha demostrado difícil, particularmente en los periodos, como
el actual, en los que las crisis empujan hacia el corporativismo de país y de
centro de trabajo, de insolidaridad entre colectivos laborales. Pero que se ha
demostrado también posible cuando se han tomado iniciativas en esa dirección.
Se trata de conseguir
una permanente iniciativa de acción y formación, de construcción de una
conciencia colectiva solidaria a lo largo de todas las cadenas de suministro,
para la asunción por parte de los colectivos que las integran de sus comunes
intereses, para que el trabajo decente sea una realidad en todas ellas.
Conseguir eficaces
Acuerdos Marco Globales, para lo que basta un sencillo y comprobado esquema para
establecer:
1. El respeto a los derechos fundamentales del trabajo
(Convenios OIT),
2. Los derechos de intervención del sindicalismo global, del
de la casa matriz y del de todos los países donde llega su cadena de
suministro,
3. El completo conocimiento de la estructura y composición
de toda la cadena de suministro
Un buen punto de
partida para tal objetivo es la exigencia de cumplimiento de los compromisos
empresariales, unilaterales o pactados, de RSE/RSC, lo que se ha demostrado como
una de las formas esenciales para avanzar en tal dirección. Y una buena ayuda
sería sin duda un balance de los contenidos y la aplicación de los diversos
Acuerdos Marco existentes.
Situar la acción
sindical transnacional como uno de los ejes de la acción sindical diaria, debería
constituir ya uno de los elementos clave en la actual etapa del sindicalismo
mundial y local en lo que se ha venido denominando necesidad de “repensar” o
“reinventar” el sindicato, aunque a mí me parece más adecuado el de “refundar” para subrayar la profunda
renovación indispensable para enraizar adecuadamente la organización y acción
sindicales en la clase trabajadora local y mundial.
Agosto 2016