Con este título he encabezado mi intervención en un interesante debate abierto en "espacio-público.com", iniciado con una ponencia de Joan Coscubiela, y que puede seguirse en:
Los sindicatos en tiempos neoliberales
Como lo han encabezado los organizadores. Yo le hubiera titulado simplemente "Sindicalismo hoy".
Mi intervención es:
¿Crisis
del sindicalismo? Sí, sin duda, como crisis de nuestra sociedad, de las
relaciones de producción capitalistas, del modelo social europeo, del modo de
hacer política, … ¿Es útil, o necesario, el sindicato? Pues creo que es
inevitable, en el mejor sentido de esta palabra. Inevitable y necesario, porque
lo considero parte consustancial de nuestra sociedad, del modo de producción
capitalista, de las relaciones sociales a él inherentes. Con una u otra
denominación, es inevitable que los asalariados (los trabajadores, pero me
parece mejor la habitual fórmula de los franceses) se asocien para lo que
considero en definitiva la esencia del sindicalismo: contribuir a fijar el
precio (en dinero, en condiciones de trabajo, en derechos, …) de una mercancía
tan consustancial con esta forma de relaciones sociales como es la fuerza del
trabajo. Pero habría que reinventarlo en las condiciones de hoy, y a ello
pueden, aún, contribuir las actuales organizaciones sindicales.
Me
parece una muy oportuna iniciativa la de este “espacio público” sobre el
sindicalismo, así como acertado abrirlo con esta intervención de Joan
Coscubiela. Plantea Joan preguntas que son en mi opinión de aparentemente fácil
respuesta, aunque quizás de más difícil justificación de ésta. Algunos apuntes
pues con mi opinión al respecto.
Los
sindicatos somos parte de la sociedad capitalista, y en ella instrumento para
su transformación porque somos una de las partes de una, y fundamental, de sus
contradicciones de intereses, la del trabajo-capital. Asumir que la referencia
es esta contradicción de intereses, significa que nuestra asociación
(organización de la solidaridad) no lo es en función de una teoría, de una
propuesta social y/o política, de un modelo de sociedad de futuro, utópico o
no, sino precisamente de intereses actuales, de intereses sociales colectivos, tutela de
los individuales, que nos unifican. Y
así de sencillo sería preconizar, desde la libertad, por ejemplo la unidad
sindical, la relación de autonomía (independencia) respecto de los partidos
políticos, para hacer política no a partir de programas previos, sino de los
intereses colectivos de los asalariados en cada momento, de las
reivindicaciones por ello “inmediatas”. Perdonad esas referencias, nada obvias en
la práctica, para responder a lo que Coscubiela define como la “pregunta más
básica”, y aterrizar en el debate propuesto.
La
crisis económica, y social, y política, primero del mundo desarrollado, luego
de todo el mundo, se ha traducido en una nueva dificultad para la práctica
sindical. Hemos formulado respuestas iniciales tan folclóricas (para
simplificar) como “que paguen ellos” (los culpables, los capitalistas
obviamente), deduciendo de ahí un rechazo global de la “austeridad” en lugar de
discutir, proponer, pelear, por un tipo determinado de austeridad, sus
contrapartidas, los nuevos derechos necesarios. Ha significado un intento de
negar la realidad en lugar de plantearse su transformación. Y me estoy
refiriendo no sólo al sindicalismo español, sino también al europeo y al
global. Hemos denunciado, gritado (más en la calle que en los centros de
trabajo), las terribles repercusiones de la crisis, pero las hemos aceptado de
hecho, con una práctica en la que muchas, demasiadas, veces no ha coincidido lo
que hacíamos con lo que decíamos, lo que ha llevado a una tremenda dificultad para
analizar nuestra propia experiencia y aprender de ella, para volcar sobre ella
precisamente el balance, la reflexión, de nuestra acción, construyendo la
teoría sindical de cada momento.
Reitera
Joan la pregunta de sindicalismo “para” o “de” los trabajadores. Creo que sólo
puede ser “de los trabajadores” y, siéndolo, será también “para”, para aquellos
espacios, individuales y colectivos, ausentes de la acción y organización
colectivas.
Pregunta
también si hay que “limitarse” a las condiciones de trabajo o abarcar “otros
aspectos sociales”. Entiendo que la respuesta vale también para otras
preguntas, sobre todo para la posible intervención sindical en la vida
política. Hoy, con una tan intensa y creciente interrelación entre todos los
ámbitos de la acción humana, creo que es fácil responder que no debe haber
espacios prohibidos para el sindicalismo, ni su reparto con otras instancias,
las políticas por ejemplo. El problema está en cuál es la referencia básica
para tal intervención: si un programa previo, una “ideología”, o las
necesidades y reivindicaciones elaboradas desde los intereses colectivos “de
los trabajadores”, de todos, precisamente en cada ámbito y en cada momento. Lo
que significa no rehuir ningún ámbito (de empresa y de sector, nacional y
transnacional, hasta el mundial global, presentes siempre los derivados de las específicas
cualidades del trabajo), conscientes de la creciente heterogeneidad que ha ido
adquiriendo la clase trabajadora. Y partiendo en todos los supuestos de donde
se expresan en primer lugar las relaciones sociales del “asalariado”: el centro
de trabajo. Todo ello supone al mismo tiempo no pretender, desde el
sindicalismo, llenar los espacios del propio trabajador como ciudadano, como
sujeto de otros intereses sociales colectivos, de creencias políticas,
religiosas, etc.
Y
una última consideración para relacionar lo anterior con circunstancias (quizás
menos coyunturales de lo que pudieran parecer) del presente.
Algunas
experiencias sociales recientes, como el interesante éxito de “Podemos” o la también
interesante elección del Secretario General del PSOE por el voto directo (de
los afiliados, apuntando ya al de los ciudadanos interesados), están poniendo
en cuestión (con una corriente de moda que facilita cómodamente la irreflexión
sobre el tema) la democracia representativa (con sus inherentes formas de
delegación), incluso la propia necesidad y funciones de las estructuras
organizadas, abocando en éstas a prácticas presidencialistas (con tentaciones poco
democráticas) que pueden llegar a convertirlas en innecesarias o simples
aparatos al servicio del jefe, sustituibles permanentemente por la “democracia
directa”.
¿Tendremos que aplicarlo también a las organizaciones sindicales?, ¿necesitamos
dioses, reyes o tribunos?