El Observatori DESC me propuso intervenir en la sesión del 13 de octubre en Barcelona de su X Curso de Derechos Sociales. Adjunto la ponencia previa preparada para esa sesión:
Para dar
respuesta a las preguntas que derivan del título planteado y del propuesto,
para abordar la actual problemática de las condiciones de trabajo, de las
relaciones laborales, del paro, hay que referirse a la crisis y a su traducción,
así como a sus consecuencias locales y también globales. La crisis económica,
la última que aún perdura, la que provocó o acentuó la vigente crisis social,
también política, cultural, medioambiental, energética,…, ética, …, y a las que
convendría incorporar la menos evidente, pero creo que esencial también, crisis
del modelo de consumo. Y, probablemente, la crisis de modelos sociales
alternativos.
Frente a una
realidad que no nos gusta, para la necesaria movilización social que la reforme
o revolucione, cabe preguntarse si podría ser útil tener un modelo alternativo
de referencia o como objetivo. A lo largo del Siglo XX ese modelo podía ser, lo
fue para muchos (para mí también) durante algún tiempo, el sistema soviético, autobautizado
como “socialismo real”, con la meta proclamada, la utopía, del comunismo. Hoy
sólo queda como tal para algunos, muy pocos, aunque subsistan experiencias que
lo proclaman, como la china, la vietnamita, la cubana, o la esperpéntica norcoreana.
La muy interesante
y aún inacabada aventura griega muestra las dificultades para construir una
alternativa, no tanto para idearla, pero sí mucho para aplicarla. Aunque seguramente
muestra también que vale la pena, o que es necesario, intentarlo, asumiendo
responsabilidades concretas, a veces imprevistas, por parte de quien tiene la
suerte (o la carga) de poder tomarlas, y sin demasiadas certezas previas sobre
el final de la aventura, un final que nunca será “el final”.
Por otra parte,
para los que proclaman completos modelos alternativos, para los que plantean la
transformación global de la sociedad desde sus afirmadas certezas, los
problemas concretos de la gente pueden convertirse más en argumento para tal modelo
futuro de transformación que en exigencia de soluciones concretas e inmediatas.
En la última etapa sin embargo han surgido interesantes planteamientos que
apuntan a la solución de lo inmediato como prioridad, sin pretender explicar
demasiado la sociedad futura que así quizás alcanzaremos, sin un modelo de
futuro que justifique las decisiones del presente. De ello, entre otros, pueden
ser ejemplo la teoría y la práctica de las actuales alcaldesas de Madrid y
Barcelona.
La
alternativa entiendo que hoy no es un mundo idílico, sin saber cómo alcanzarlo,
sino una democracia participativa, cuyas formas hemos de ir descubriendo y
construyendo, como vía para avanzar hacia nuevas cotas de libertad individual y
colectiva, de igualdad y solidaridad, de oportunidades, para ir estableciendo
nuevos objetivos.
Por todo ello, ante
la actual crisis en tantos órdenes de la vida colectiva, para la necesaria acción
social que imponga cambios sustanciales, para la organización que la sustente, no
considero necesario tener hoy un modelo alternativo como referencia o como
objetivo. Estoy convencido de la posibilidad de una respuesta social sin
necesidad de tener encendido el faro de una utopía (sin negar la posible
utilidad de ésta) como lo es la fe, las fes. La historia indica que las utopías
pueden haber contribuido a impulsar importantes procesos colectivos y a
alcanzar resultados, aunque éstos no siempre hayan resultado acordes con los
postulados iniciales. Pero en este momento, me parece que conviene, para
impulsar la respuesta a la actual problemática social, considerar si es necesaria,
o no, la existencia previa de un modelo alternativo a fin de poder derivar del
mismo el rumbo de la acción colectiva. Por mi parte creo que en este momento la
exigencia previa de un modelo global podría bloquear o desorientar la acción
inmediata.
Quizás el modelo
alternativo lo podamos ir pensando, y construyendo, a través de, y en paralelo
a, la práctica “revolucionaria” concreta de la respuesta, día a día, a los
problemas inmediatos de la gente, una “gente” integrada por diversos colectivos
sociales. Y asumiendo que los intereses inmediatos de cada uno de ellos no son
siempre coincidentes, por lo que precisan de una labor de síntesis. Una
síntesis siempre compleja, quizás más ahora, pero imprescindible para la movilización
colectiva y su eficacia.
Me parecía
necesario empezar con estas breves consideraciones para que se puedan interpretar
mejor las notas que siguen.
1.- La evolución de las formas de
producción y sus exigencias
Los avances
científico-técnicos han contribuido sin duda a aumentar la riqueza global de la
humanidad, a la mejora del nivel de vida de una parte importante de ésta, en
paralelo también al aumento de las desigualdades y al mantenimiento de zonas de
miseria intolerables. Lo que se ha producido con continuas modificaciones en
las formas de producción, de comercio y de consumo. Se ha pasado de las
tendencias a la integración productiva en grandes unidades a las de
especialización por razones técnicas y organizativas, también por modas, con
acentuación de la especialización y diversificación empresarial y con
descentralización de partes importantes de la actividad productiva. A una
internacionalización de ésta que comporta procesos de deslocalización y
relocalización, y a un nuevo papel del comercio mundial.
A veces se
olvida que los procesos de industrialización han ido acompañados desde sus
inicios de tales fenómenos de deslocalización, no tan distintos a los de hoy.
Procesos similares en muchos aspectos, pero ciertamente distintos en uno no
secundario: su ámbito. Éste comenzó siendo la propia localidad para acabar
siéndolo el mundo, pasando por la cuenca fluvial, la región, el país, …
Cuando
analizamos las consecuencias que todo ello, en la actual crisis, está teniendo
para la clase trabajadora, hemos utilizado muchas veces esquemas morales, como
“la crisis es culpa de los empresarios, que paguen ellos”. Espantapájaros
verbal con el que se quería ahuyentar la presión de la “austeridad”, y a lo que
luego me referiré. Esquemas que considero erróneos, y, lo que es peor, paralizadores,
para conseguir la solución de los problemas.
2.- ¿Es posible tomar la iniciativa? ¿En
torno a qué objetivos?
Ante los
cambios, ante las nuevas tendencias productivas, hemos ido a menudo, demasiadas
veces, a remolque de los acontecimientos, y de las iniciativas de los sectores
o clases dominantes. Quizás era, o es, inevitable, pero sería conveniente
asumir que así ha sido, para intentar repetirlo lo menos posible.
En etapas
recientes lo hemos visto ante el fenómeno que se denominó “flexibilidad” en el
sistema productivo. Hoy lo preconizamos desde el sindicalismo (con matices para
la “interna” y la “externa”) para hacer frente a la nueva realidad productiva y
comercial, cuando en una primera etapa,
en los años 80 y 90 del siglo pasado, era un tema tabú. Incluso era ya pecado,
blasfemia, sólo mencionarlo (era una palabra “de los capitalistas”). Para
muchos empresarios era ciertamente sinónimo de discrecionalidad, de
arbitrariedad, traduciéndolo en iniciativas claramente negativas. Pero hemos
aprendido que hoy constituye una necesidad productiva a la que hemos de incorporar
un gobierno sindical para disputar a los empresarios su aplicación, teniendo en
cuenta la existencia de intereses contradictorios como son los derivados de las
exigencias de la producción que también “interesan” a las personas que en ella
intervienen, y los resultantes de las condiciones de vida y de trabajo de éstas.
Hoy se nos
plantea cómo afrontar lo que parece un fenómeno más poderoso, para algunos
quizás intrínsecamente maligno, la globalización. Después de unos primeros gritos,
estériles, de “contra la globalización”, han surgido los más esperanzados, y
adecuados en mi opinión, de “otro mundo es posible”, que sólo puede significar
“otra globalización es posible”, y necesaria. Pero “otro” u “otra” no se
alcanzarán moviendo la rueda del tiempo, de la historia, hacia atrás, sino
situando como objetivo la “globalización de los derechos”, un
reequilibrio mundial consecuencia de una homogenización de derechos y del más
amplio ejercicio de éstos.
Los movimientos
históricos se producen a través de los equilibrios y desequilibrios
consecuencia de las fuerzas que resultan de los diversos intereses colectivos. El
principal problema es determinar qué intereses colectivos deben situarse en
primer plano, y cómo estos intereses se convierten en fuerzas de cambio a
partir de su consciente asunción por los correspondientes colectivos. Y también
cuáles de éstos pueden ser motor del proceso de cambio.
Probablemente
“otro mundo” no pueda surgir sólo como suma de mejorados fragmentos del actual,
sino estableciendo las bases comunes, solidarias, de tal objetivo. Y sumando en
todo su ámbito las fuerzas para conseguirlo. Definiendo, organizando e
impulsando el colectivo humano susceptible de movilizarse para defender tal
interés.
3.- ¿Existen intereses globales?
Lo anterior nos
lleva a la necesidad de determinar en torno a qué intereses colectivos es
posible conseguirlo y cómo tales intereses se relacionan con los más inmediatos
de los colectivos concretos parciales que integran el gran colectivo global.
Si partimos de
la heterogeneidad de las actuales condiciones de vida de las poblaciones del
mundo, del Norte al Sur, y también en el mismo Norte y en el mismo Sur, así
como de los procesos de deslocalización para provocar relocalización en otra,
podemos concluir que no parecen demasiado evidentes los posibles intereses
comunes con capacidad de movilización, más allá de la fácil plasmación impresa
de cualquier invento, o su digitalización, más allá de unas cómodas palabras de
denuncia, con una fácil solidaridad de papel.
Un resumen o
expresión de lo que estoy diciendo pudiera ser la conversación que mantuve en
septiembre de 2007 con un alto dirigente del sindicato oficial chino, la ACFTU
por sus siglas en inglés. En un momento de la misma me dijo el jerarca chino: “Los
peores enemigos de los trabajadores chinos sois los trabajadores europeos,
porque queréis que suban los salarios en China para hacer menos competitivos
nuestros productos”. A lo que le respondí: “Lo que queremos los trabajadores
europeos es que los trabajadores chinos puedan decidir libremente qué parte del
beneficio de su trabajo pueda repercutir en sus actuales condiciones de vida y
qué parte en la de sus nietos o biznietos”. Desde entonces los salarios
en China se han multiplicado al menos por 3. En realidad estábamos hablando de
lo mismo, aunque desde perspectivas distintas, señalando intereses ciertos,
distintos, interrelacionados, parcialmente contradictorios y coincidentes a la
vez. El problema está en cuáles son los
que se sitúan en primer plano y en quienes dirigen la correspondiente
movilización.
No puede haber
acción conjunta sin intereses comunes, los que además han de ser
suficientemente conscientes. El concepto de “conciencia colectiva” debería ser
más analizado, aquí sólo pretendo apuntarlo para relacionarlo con los intereses
que expresa y para señalar que en él se incluye el nivel de confianza en la
organización que estructura y dirige el colectivo, y más específicamente en su
equipo dirigente.
Desde la
perspectiva del sindicalismo como “organización de intereses” lo esencial es
determinar cuáles son los intereses de los diversos colectivos parciales que
integran el más amplio colectivo de la clase trabajadora. Si consideramos las características
de modalidad contractual, actividad desarrollada, formación, edad, país, región
mundial, …, aparecerán colectivos diversos integrantes del global, con
intereses inmediatos ciertamente diversos en mayor o menor grado en función de
tales características. Las reivindicaciones de cada uno de ellos resultarán
coincidentes y solidarias, o contrapuestas, con las de los demás, según los
intereses que se asuman colectivamente como prioritarios.
Este breve y
elemental esquema es de aplicación ya en el ámbito de una empresa, considerando
los diversos colectivos que resultan de sus diversas secciones, grupos
profesionales, etc., y lo es también a nivel de nuestro mundo cada día más
globalizado, considerando los trabajadores del Norte y los del Sur, de los
países desarrollados y los emergentes, los de las cabeceras de las grandes
multinacionales y los de sus filiales, contratas y subcontratas, los
inmigrantes recientes y los que ya no se acuerdan de su condición de tales, o de la de sus antepasados.
La determinación
del interés colectivo movilizador del conjunto de la clase trabajadora mundial
es en mi opinión el principal problema en este momento, cuando la velocidad con
que se han ido modificando las condiciones de la actividad productiva ha sido
mayor que la de la asunción por parte de sus organizaciones, por parte de sus
“vanguardias”, de los problemas que se plantean al conjunto de la clase
trabajadora, de su propuesta de objetivos para un futuro inmediato que no se
quede en la simple denuncia de los males del presente.
La determinación
de los intereses prioritarios de cada colectivo, los que sintetizan y a la vez
tutelan los de los diversos colectivos parciales que los integran, parece muy
compleja, pero es absolutamente imprescindible.
4.- Problemas centrales en torno a los que
organizar la acción colectiva por un trabajo digno. ¿Qué “austeridad”? ¡Por
otra globalización!
Considero que
existen dos problemas centrales, sin pretender considerarlos como únicos, muy
directamente ligados a la dignidad del trabajo y a los que no hemos sabido dar una
respuesta suficiente: uno, la crisis y la austeridad como vía de salida, otro,
las condiciones de vida y de trabajo en el Sur, esencialmente en las cadenas de
producción de las multinacionales (en las que se integra aproximadamente la
mitad de la clase trabajadora mundial).
¿Austeridad como
respuesta a la crisis? Contra las políticas de austeridad hemos oído muchos
discursos y algunas propuestas, incluso invitaciones por parte de algunos a que
hagamos lo que ellos no hacen, como la arenga del Secretario General de los
sindicatos alemanes, la DGB, cuando en España se preparaba una de las Huelgas
Generales convocadas, mientras en Alemania ni hicieron ni convocaron ninguna
ante lo que era una política europea que exigía una respuesta también europea,
no una suma dispersa de respuestas con dispersos objetivos prioritariamente
nacionales.
Ahora, asumiendo
el absoluto desprestigio del concepto de “austeridad” por cómo se ha aplicado,
sólo quiero dejar constancia de porque entiendo que nos hemos equivocado al
rechazarla de plano, al no entrar a discutir “qué austeridad”, “con qué
condiciones”.
Lo cierto, en mi
opinión, es que paralelamente a las más altisonantes condenas y denuncias, hemos
aceptado de hecho la denostada austeridad tal como la entendían las clases
dominantes, con graves ataques en el mundo desarrollado al “estado de
bienestar”, y con él a la democracia. Y de peligrosa repercusión en los países
emergentes. Las manifestaciones de una cierta capacidad de respuesta no han
encontrado sin embargo un cauce para alcanzar resultados positivos.
Más allá de las
responsabilidades de la crisis (debate de interés sin duda, pero distinto), la
necesidad de encontrar respuestas nos incumbía a todos. Porque todos la hemos
sufrido, la estamos sufriendo, y sufrimos las consecuencias de las recetas
aplicadas. Pero al pretender negar la crisis en algún momento, al exorcizarla
luego “porque no tenemos la culpa”, no hemos podido o sabido situarnos en el
terreno que permitía combatir con eficacia sus manifestaciones concretas y las
necesarias medidas a tomar. Independientemente de que los más pecadores quizás
paguen, o no, sus culpas en la otra vida, se trataba de poner sobre la mesa las
contradicciones de intereses del momento, para proponer respuestas eficaces
partiendo de la asunción de una necesaria austeridad. Y abordando al mismo
tiempo un posiblemente necesario cambio en el modelo de consumo.
Para discutir
cuáles, cómo y dónde, medidas de “austeridad”, exigiendo contrapartidas de
presente y de futuro, controles, compensaciones a medio y largo plazo, puntos
de intervención sindical, …, como de hecho se ha planteado, y en muchas
conseguido, en bastantes empresas, la mayoría de las cuales están entre las que
más fuerza sindical tenemos, con pactos de “excepcionalidad” en situaciones definidas
como transitorias.
Quizás convenga
añadir que en mi opinión se trata de un error que se dio bastante extendido en
el “primer” mundo, y uno de cuyos primeros adalides fue Jhon Monks, Secretario
General entonces de la Confederación Europea de Sindicatos.
Había algunas
indicaciones de interés en el II Acuerdo para el Empleo y la Negociación
Colectiva de 2012 (sobre la reinversión de beneficios o la discusión sobre las
remuneraciones de los directivos, propuestas que para su eficacia exigían altos
niveles de intervención sindical), pero a los pocos días de su conclusión la
nefasta “reforma laboral” de Rajoy, profundizando en la de Rodríguez Zapatero,
logró que todos se olvidaran de sus contenidos.
Nuestra
incapacidad, la de los progresistas del mundo desarrollado, para impulsar una
determinada política de “austeridad” ante la crisis, ha terminado por
identificar las propuestas de “austeridad”, el propio concepto de “austeridad”,
con la política concreta aplicada en la Unión Europea, la definida como
“neoliberal”. Mi consciente pertenencia al bando de los perdedores en este
abortado debate no me impide apuntar lo dicho en los párrafos anteriores y,
también, sentirme implicado en aventuras como la de Grecia en estos momentos.
Seguimos pagando
las consecuencias del divorcio entre teoría y práctica de esta última etapa. O
de nuestra dificultad incluso para aprender de lo que estamos haciendo. Los
miedos y la paralización que ello ha provocado en la vida sindical puede
impedirnos la adecuada iniciativa ante los síntomas de recuperación que apuntan
(una recuperación ciertamente desigual y discriminatoria en sus primeros
beneficiarios) para conseguir que reviertan ya en mejores condiciones de vida y
de trabajo para la gran mayoría y contribuyan a modificar el modelo de
crecimiento, de producción y de consumo que generó la crisis.
Estas
reflexiones podrían parecer un inútil lamento cuando, a pesar de las muchas
denuncias y alguna movilización, se ha impuesto una concreta política de
austeridad, una determinada austeridad, profundamente lesiva para la gran
mayoría de la población. Pero me resisto a callar esta opinión porque considero
que en algún momento, reconociéndolo o no, conscientemente o no, habrá que tomar
iniciativas para disputar líneas de avance cuya eficacia podría ser mayor
partiendo de un análisis lúcido de lo que ha pasado.
El otro gran
tema es cómo abordamos desde el Norte, desde el sindicalismo del mundo más
“desarrollado”, desde el de las cabeceras de las multinacionales, las
condiciones de vida y de trabajo en el mundo “en desarrollo”, en las cadenas de
producción de estas multinacionales, en sus proveedores, sus contratas y
subcontratas hasta el último rincón del planeta.
Cómo a través de ello o coordinadamente con tal iniciativa, contribuimos al avance
de los derechos del trabajo en todo el planeta.
Son frecuentes
las denuncias, desde las genéricas y fácilmente acertadas, hasta las más
concretas, éstas de necesaria referencia cuando surgen de los que más sufren
las condiciones de una vida indigna, aunque algunas veces estén basadas en
estudios de la realidad poco rigurosos. Pero del grito poco resulta, y el
corazón de los culpables no se ablanda con descripciones de las miserias que
provocan. Los llamamientos o denuncias solidarias demasiadas veces no van más
allá de intentar sumar firmas online.
Falta entender
que la solidaridad eficaz es la que interesa a quien la practica, además
evidentemente de a quien la recibe. Un interés que resulta tanto de la
necesidad de las vanguardias de no quedar aislados, como también del necesario
reequilibrio del mundo para evitar las tendencias a un empobrecimiento
generalizado.
Si interesa, la
acción solidaria debe buscar formas de amplia movilización. Para ello las
estructuras organizadas del mundo desarrollado deberían plantearse prioridades
y, sobre todo, ser capaces de generar una amplia conciencia de sus objetivos en
su espacio de organización y supuesta representación, partiendo de los
problemas más inmediatos. No es un terreno fácil, más bien lo contrario, tampoco
para la definición y consciente asunción del necesario ámbito de movilización y
negociación.
Movilización
para la negociación y el acuerdo, para su traducción en normas legales y/o
convencionales que contribuyan a garantizar la dignidad del trabajo. Existen aún
pocos precedentes de interlocución sindical-empresarial o institucional para
tal fin en ámbitos supranacionales, pero son imprescindibles para avanzar hacia
soluciones concretas, hacia medidas eficaces, por lo que lo esencial será tener
suficiente fuerza para plantearse, en tales ámbitos, objetivos concretos, y
generar adecuados espacios e instrumentos de negociación y de posible acuerdo a
través de la propia acción.
En este mundo
aún sin normas eficaces hay ya algunas experiencias de directa y eficaz intervención
en relación con los derechos básicos del trabajo, con los derechos humanos. Los
Acuerdos Marco Internacionales de algunas multinacionales con el sindicalismo
global organizado, la exigencia del cumplimiento de los compromisos
unilaterales de “responsabilidad social empresarial” formulados por la mayoría
de multinacionales, son vías que han demostrado su indudable interés. Pero
habría que ir mucho más allá de las actuales experiencias positivas, aunque
partiendo de éstas. Para avanzar hacia normas globales, mundiales, pactadas,
también legales, con instrumentos que contribuyan a su eficacia.
El objetivo es
evidentemente el reequilibrio mundial en las condiciones de vida y de trabajo
para alcanzar un trabajo “decente”, digno, en todo el planeta. Para alcanzarlo
entiendo prioritario conseguir, conquistar, y hacer efectivo, un reequilibrio
en derechos generalizados.
Por ello considero esencial el objetivo, que ha de
ser asumido conscientemente, de la “globalización de los derechos”. Para
avanzar hacia “otra globalización”.