En su misiva la Secretaria General nos invita a una “conversación a escala mundial”: “Únanse a nuestra iniciativa participando, junto con su empleador, con pequeñas empresas que apoyen, y/o con representantes de Gobiernos locales y nacionales, en la mayor conversación a escala mundial sobre nuestro futuro. Su participación puede tener lugar en persona o de forma virtual”.
Hace pocos días la propia CSI, frente a la pandemia del Covid-19, llamaba también a una acción virtual en un documento titulado “Creemos economías resilientes con un nuevo contrato social”[2]. Para su consecución nos proponía marcar 5 casillas de una larga lista de “elementos de un posible contrato social”, añadiendo “y compare su respuesta con las del resto del mundo”. Terminaba este mensaje con una solemne afirmación: “El contrato social se ha roto. Pero juntos podemos crear economías resilientes y escribir uno nuevo”.
Ante el método y el eje de ambos documentos surge una preocupación, para emplear una expresión prudente. Porque el objetivo es muy ambicioso, nada menos que un “nuevo contrato social”, pero descansa, prácticamente en exclusiva, en la acción virtual. Ésta constituye sin duda un instrumento que el movimiento sindical debe utilizar en toda su amplitud, pero no creemos que pueda convertirse en el medio y marco esencial de una movilización, aunque parece ser ésta una tendencia cada vez más extendida en el movimiento sindical, con el riesgo de perder el sentido de la acción social colectiva, que no es sólo ni principalmente la suma de acciones individuales, como sí podría ser la base de muchas ONGs.
El sindicalismo impulsó desde sus orígenes el concepto y la práctica de la acción colectiva con una referencia básica, el centro de trabajo. Con la huelga, expresión clara de la confrontación de intereses colectivos en las relaciones de trabajo, que sólo puede ejercerse de forma colectiva. No es una anécdota que el derecho de huelga aparezca en los Convenios de la OIT, así como en las constituciones de los países más avanzados, como un derecho humano fundamental.
Es cierto que el concepto de “centro de trabajo” está teniendo hoy un particular desarrollo al que hay que prestar atención, y aplicarlo a las también nuevas formas de acción colectiva. Pero acción colectiva en defensa de intereses colectivos, que, insistimos, son la tutela, pero no la suma, de derechos individuales.
Todo ello lo abordamos en unos momentos de aguda crisis, acentuada sin duda por la pandemia del Covid-19, pero no sólo causada por ésta. La emergencia del clima, el trabajo “indecente”, la crisis de los derechos de las personas, de género, la crisis migratoria, …, a las que habría que sumar ya una apuntada crisis de los heterogéneos modelos de consumo.
Todas estas crisis están estrechamente interrelacionadas. Será difícil abordarlas, y menos aún avanzar en su superación, de forma separada, como si fueran compartimentos estancos. Crisis en estos momentos, con problemas de empleo, de consumo, monetarios y de equilibrios presupuestarios, en los países más desarrollados. Problemas que se agravan aún más en los países emergentes para los millones de trabajadores y trabajadoras de las cadenas de producción de las multinacionales y de sus economías “informales”, expulsados muchos de sus puestos de trabajo, con agudos problemas de seguridad y salud, empujados más allá del umbral de pobreza; una realidad ante la cual el sindicalismo global, particularmente el de los países y las empresas globales, no puede reducir su acción a piadosos mensajes de solidaridad o de denuncias de papel.
Son sin duda necesarias medidas inmediatas para construir esta “nueva y mejor normalidad” mundial que plantea Guy Ryder desde la dirección de la OIT. Un PACTO GLOBAL DE RECONSTRUCCIÓN con iniciativas inmediatas y a medio plazo, un pacto en el que la Confederación Sindical Internacional (CSI), junto con las organizaciones de empleadores y las grandes empresas multinacionales, debería jugar un papel determinante. Para ello es necesario un profundo proceso de movilización, y de reflexión en la movilización, en el mundo del trabajo.
En esta situación la clase trabajadora mundial, puede, y debería, estar en condiciones de ser el colectivo esencial para conducir la recuperación del planeta, para sentar las bases de un futuro “nuevo y mejor”. Estamos convencidos que de la experiencia diaria de las 332 organizaciones sindicales que integran la CSI, de los 200 millones de trabajadores afiliados, pueden derivar ideas e iniciativas que vayan más allá, mucho más allá, de las encuestas individuales que se nos propone.
Porque la emergencia de este momento puede estimular las incontables energías que la historia del sindicalismo mundial ha ido acumulando. Es una buena ocasión para que la Confederación Sindical Internacional lance una potente campaña que movilice a los miles de sus estructuras a todos los niveles, a los millones de trabajadores que organiza.
Contribuir a construir la “nueva y mejor normalidad”, plasmarla en un nuevo CONTRATO SOCIAL GLOBAL, constituye sin duda una tarea esencial de la CSI, pero las iniciativas a las que nos hemos referido al inicio de estas líneas nos parecen claramente insuficientes. Es necesario, y estamos convencidos de que es posible, conseguir un también “nuevo y mejor” desarrollo de las energías históricas de la clase trabajadora.
JOAQUÍM GONZÁLEZ MUNTADAS
ISIDOR BOIX LLUCH