Las recientes elecciones europeas plantean nuevos
problemas y exigen nuevas respuestas, aunque quizás no hay que inventarlo todo
sino recuperar temas olvidados. Parece que todos estamos de acuerdo en que se
abre una nueva etapa. El problema apunta a lo cualitativo (¿QUÉ EUROPA?) y a lo
cuantitativo (¿MÁS O MENOS EUROPA?).
Por mi parte creo que se trata de exigir, de
construir, “más Europa”, más Europa en el medioambiente (nuestro y el del
mundo, indisociables ya), pero también en lo social (olvidado demasiadas veces,
¿porque está menos de moda?). Desde esta Europa, que cada día es más el
“Extremo Occidente” del nuevo mundo cuyo centro se ha desplazado ya al
Pacífico, apuesto por una Europa que defienda y desarrolle lo que hemos
denominado “modelo social europeo” como síntesis de derechos, imperfectos
sin duda, pero a partir de los cuales hay que seguir avanzando.
Como problema importante se plantea en muchos ámbitos
la construcción y defensa de nuevas y viejas identidades, también la europea.
Entiendo que el eje de todas las identidades debería ser la comunidad de
intereses en la reivindicación, conquista y ejercicio de derechos en cada
ámbito. Por mi parte, con el objetivo de llegar a ser ciudadano del mundo, me
siento barcelonés, catalán, español y europeo. Es desde esta perspectiva que
quiero entrar en uno de los temas que creo pueden y deben contribuir a hacer
“más Europa”. Me refiero al “Salario Mínimo Europeo”.
No es un tema nuevo. Desde el mundo sindical se había
ya abordado, entre otros en el proceso de construcción del sindicalismo
europeo. Estuvo presente en los Congresos de la Confederación Europea de
Sindicatos, la CES, de Sevilla (2007) y Atenas (2011). No prosperó por las
reticencias de los sindicatos del Norte y por la pasividad de los del Sur.
Luego se habló de una campaña europea para generalizar los derechos, entre los
que el salario no podía ser ignorado, pero tras el enunciado poco más se supo.
A ello me he referido en diversas ocasiones, recientemente enhttp://iboix.blogspot.com/2019/03/salario-minimo-europeo-macron-su-nuevo.html.
Del “salario mínimo europeo” han hablado en la recién
te campaña electoral divers@s candidat@s en estas elecciones. También políticos
con pretendida proyección europea, como el presidente francés Macron. Pero no
he oído propuestas claras al respecto. Tampoco planteamientos sindicales, ni de
la CES, ni del sindicalismo del Norte, ni del del Sur, aunque eran de esperar
después de los enunciados de algunos dirigentes políticos. Las elecciones
europeas han sido una buena y perdida ocasión para un planteamiento claro del
tema. Abordarlo ahora sería una buena oportunidad para acercar el nuevo
Parlamento europeo a la ciudadanía, a la clase trabajadora europea en
particular. Alguien tendría que plantearlo, proponerlo.
Pretendo contribuir a romper el incomprensible mutismo
sindical opinando otra vez sobre el “Salario Mínimo Europeo”. Porque creo que
podría constituir un elemento muy importante para la construcción de lazos
solidarios de la clase trabajadora del viejo continente, para consolidar el
modelo social europeo en el marco de un mundo sostenible, del proclamado como
“otro mundo es posible”. Para ello hay que ir más allá de las declaraciones
genéricas y más o menos solemnes, para concretar en iniciativas sindicales
globales la solidaridad en la defensa de intereses que parecen (y los son en
primera instancia) particulares (de los que tienen salarios más bajos), para
desarrollar la solidaridad de los que están en mejores condiciones y entienden
que para la defensa de sus propios intereses es necesario mejorar las
condiciones de todos. Para organizar por y para ello una acción sindical
colectiva.
Los actuales salarios mínimos de país en Europa van
desde los 286 € mensuales en Bulgaria a los 2.071 en Luxemburgo, pasando por
los 1.557 de Alemania, sin olvidar los de otros países europeos fuera de la
Unión, como Ucrania con 72, Albania con 211 o Macedonia con 240. Otros, como
Dinamarca o Italia, no tiene cifra legal de referencia porque son resultado de
la negociación colectiva sectorial de una muy amplia y directa eficacia que
establece en la economía formal unos mínimos de 1.600 a 2.000 €uros mensuales.
Para valorar tales cifras no está de más recordar los
salarios mínimos mensuales de otros países, como Marruecos con 209 €, Turquía
con 422, India con 90, Bangladesh con 84, o China con 350 en las zonas más industrializadas.
A lo largo de los últimos años se está produciendo en
el mundo un reequilibrio de los salarios. Ha sucedido en Europa, como en
Polonia (con el mínimo legal hoy en 523 €uros). También en China (se multiplicó
por 10 en 12 años), en Vietnam (multiplicado por 12 de 2004 a 2016), en
Bangladesh (multiplicado por 2 de 2013 a 2019), … Pero se trata de un
incremento desordenado, sin iniciativa sindical global solidaria. Ahora el
Proyecto ACT[1] pretende
incidir en ello, aunque aún sin resultados tangibles.
En las elucubraciones sobre el tema se ha escrito que
el salario mínimo debería ser en cada país del orden del 60% del salario medio
del mismo. Es sin duda una buena propuesta, pero todavía se queda en objetivos
particulares de país, en función de sus cifras y realidades concretas.
Una misma fórmula que no resuelve las disparidades actuales. Es pues claramente
insuficiente. Habría que tener el coraje sindical de avanzar en la propuesta, y
reivindicación en la acción sindical, de unas cifras concretas, claras, de
€uros para un salario mínimo europeo, que deberían incrementarse necesariamente
de año en año por encima del conjunto de la masa salarial. Un salario mínimo y
sus incrementos que deberían plasmarse en acuerdos de eficacia general con la
patronal europea, BusinessEuropa, y/o su traducción en directivas europeas.
Acuerdos que no serán posibles si no vienen precedidos y acompañados de una
acción sindical solidaria, conscientemente europea, de una voluntad de
homogenizar en la construcción de la nueva Europa condiciones de trabajo, al
igual que otras como la política fiscal.
Por difícil que parezca la propuesta existen elementos
objetivos y subjetivos que empujan en esa dirección. Seguramente el más
decisivo pueda ser la propia realidad, por ejemplo la presencia de trabajadores
de la construcción de Letonia y Lituania que van a trabajar a Suecia con sus
salarios del país de origen. Una realidad que no se ha corregido, ni creo que
se pueda corregir plenamente, con convenios sectoriales suecos (inexistentes
aún) no discriminatorios, ni con equívocas directivas europeas.
Los retos que se nos plantean deberían resultar
estimulados por el evidente interés sindical, seguramente decisivo a medio y
largo plazo, en la construcción de un eficaz sindicalismo europeo en una Europa
que consolide y desarrolle el “modelo social europeo”. También por los desafíos
que ya hoy suponen los avances, evidenciados en estas elecciones, de la
xenófoba e insolidaria extrema derecha para la construcción de la Europa que
queremos. Para hacerle frente es imprescindible impulsar reivindicaciones
sociales claras, unificadoras de los intereses de la clase trabajadora europea,
de su acción sindical unitaria y solidaria. Sólo la generalización de los
derechos, el de un salario mínimo “vital” entre ellos, puede constituir un
instrumento de acción y organización sindicales.
[1] Acuerdo sindical con unas 20 grandes multinacionales del vestido para
impulsar la negociación colectiva y fijar un “salario mínimo vital” en los
países productores de la ropa de sus marcas
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