sábado, 15 de junio de 2019

Europa no es una isla. El sindicalismo europeo no es un espectador con derecho a opinar




Un título cuya versión en positivo podría ser: Europa está inmersa en un mundo muy interrelacionado sobre el que está obligada a incidir porque le interesa. El sindicalismo europeo debe ser un actor principal en la construcción europea, para más y mejor Europa, para la defensa y desarrollo del modelo social europeo, sólo posible con la defensa y globalización de los derechos humanos, particularmente de los derechos del trabajo.

Esto viene a cuento del 14º Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos, la CES, celebrado en Viena del 21 al 24 de mayo, la misma semana de las elecciones del Parlamento Europeo. La CES celebró su Congreso casi de incógnito, a pesar de que se afirma como representante de nada menos que 45 millones de trabajadores, de 90 organizaciones nacionales y 10 federaciones europeas. Un Congreso que ha pasado desapercibido ¿Cuánt@s de l@s que leéis estas notas sabíais de su celebración, y de lo que en él se trató?

Aparentemente plantea pocos problemas sobre sus contenidos si para ello sólo valoramos los enunciados formulados en los documentos conocidos. Menos satisfechos podemos estar si consideramos que éstos contienen esencialmente tópicos[1] y genéricas afirmaciones. Los problemas, las preguntas, surgen si se pretende averiguar cómo se concretan tales enunciados. Y más cuando se considera lo que no dice, así como la relación de todo ello con la práctica sindical diaria.

Ni en las páginas web de la propia CES, ni en las de nuestras confederaciones españolas de CCOO y UGT, he encontrado el “Programa de acción” que se dice aprobado después de su supuesta discusión previa y de su votación casi unánime en el propio Congreso. Me referiré pues al “Manifiesto de Viena”, este sí archivado[2].

No entraré en temas organizativos porque tengo pocas referencias, aunque sorprende que no se haya presentado ninguna candidatura alternativa al actual Secretario General, Luca Visentini de la UIL italiana, después de meses en los que se afirmaba que su gestión era muy cuestionada.

Parece asumirse la crisis del “modelo social europeo”. Se ignora sin embargo la relación, en mi opinión evidente, entre esta crisis y las evidentes violaciones de los derechos humanos, particularmente de los derechos fundamentales del trabajo, en el mundo. Una consideración que sin duda exige dos premisas. Por una parte, asumir que Europa dejó de ser el centro del mundo y empieza a ser el “Extremo Occidente” de un mundo cuyo centro se desplaza al Pacífico. Y por otra que desde Europa, la ciudadanía europea, las instituciones europeas, y más el sindicalismo europeo, tenemos una particular responsabilidad en la medida que están aún en nuestros países (aunque no sólo) las cabeceras de numerosas multinacionales cuyas cadenas de suministro se extienden a los países emergentes, de lo cual deriva una particular relación en la necesaria defensa de los derechos del trabajo en todo el mundo. Con la necesaria asunción del concepto, aquí aplicable, de que la solidaridad eficaz es la que interesa no sólo a los que la reciben sino también a los que han de practicarla.

También es objetable el planteamiento europeo de la CES. Se preconiza un “Protocolo de Progreso Social”, “relanzar … un aumento de la inversión pública”, “revisar la gobernanza económica de la UE”, “reconstruir el modelo social europeo … aplicando los principios del Pilar Europeo de Derechos Sociales”[3], “reforma del derecho de competencia”, “reforma de la legislación de la UE sobre información y consulta”, …, y así otras solemnes afirmaciones. Todo ello como obligaciones que se señalan a las instituciones europeas, reiterando el vicio de indicar a los demás lo que deben hacer sin plantear la propia responsabilidad en cómo incidir en ello, cómo contribuir a que se haga realidad lo que se preconiza.

En un Congreso sindical lo prioritario debería ser plantearse cómo interviene, como influye, el sindicalismo organizado. Se afirma la voluntad de “aumentar la acción para construir una agenda europea justa y sostenible para la migración, la globalización, el comercio internacional, …” Pero no se señala ninguna iniciativa sindical al respecto. Porque no entiendo que lo sea la fórmula, no desarrollada, de una “Asociación para la Negociación Colectiva … para reforzar y construir una negociación colectiva nacional autónoma y más fuerte, y derechos laborales y sindicales en cada Estado miembro de la UE”. ¿Es suficiente? ¿Sólo una negociación “nacional”? ¿y “autónoma”? ¿Sin Negociación Colectiva “europea”? De ésta, de la acción sindical europea que supone, nada se dice en el “manifiesto”. Se menciona como objetivo “una convergencia al alza de los salarios y las condiciones de trabajo”, pero no se indica ninguna iniciativa de acción y negociación sindical al respecto. Perece una nueva propuesta a las instituciones europeas, no a la clase trabajadora europea para la acción sindical.

Hay que señalar otra flagrante ausencia, la de la acción sindical europea por un “salario mínimo europeo”[4], imprescindible en mi opinión para que la supuestamente pretendida “convergencia al alza de los salarios” no sea sólo resultado de la dispersa acción de cada país, como hasta ahora está sucediendo, sino de una consciente y colectiva acción sindical europea. Ausencia tanto más llamativa, y grave, precisamente en un momento en el que el tema ha sido abiertamente planteado por Macron y recogido en algunos debates políticos en torno a las recientes elecciones europeas. Se trata de una cuestión no menor, baste recordar que los salarios mínimos en la Unión Europea van de los 286 € mensuales en Bulgaria (inferior al de Turquía y al de las zonas industriales de China -350 en Shanghai-) a los 2.071 € de Luxemburgo, sin olvidar los datos de otros países europeos, como los 210 € de Albania. Un tema que se abordó ya en el Congreso de la CES de Sevilla de 2007, pero en el que nada se acordó por las importantes reticencias de algunos sindicatos, particularmente del Norte. Luego se pasó de puntillas sobre el mismo en el Congreso de Atenas y nada sé al respecto en el de París. Tampoco en éste, al menos en su Manifiesto. Quizás algo habrá en el misterioso Programa de Acción.

Algo se ha estado comentando a lo largo de estos años. Se reitera la idea de que en cada país el salario mínimo debería alcanzar el 60% del promedio de sus retribuciones. Pero ello mantendría la disparidad entre países. Esta fórmula debería ir acompañada de cifras objetivo para un mínimo europeo que se fuera incrementando por encima del conjunto de retribuciones. Y un proyecto temporal para alcanzar un Salario Mínimo Europeo eficaz, contribuyendo a la afirmada “convergencia al alza”. Creo que ha llegado el momento de concretarlo, de avanzar en la acción sindical para hacerlo realidad.

Conviene señalar que en lo relativo a los salarios en Europa se está produciendo ya un evidente reequilibrio, como lo muestran entre otros que los incrementos retributivos más importantes en los últimos años en Europa se han producido en Rumanía, Lituania y Bulgaria. En estos países el promedio del aumento anual de sus salarios mínimos entre 2009 y 2019 fue del 11, 9,3 y 9 % respectivamente.  Algo similar sucede en el mundo[5]. Un fenómeno de necesaria constatación, sobre todo si se pretende, como se debería, incidir en él consciente y organizadamente desde el sindicalismo.

Salvo una mención a la “migración” como problema, no encontramos ninguna referencia al importante fenómeno migratorio y las necesarias propuestas sindicales al respecto. Un fenómeno ciertamente muy complejo de gestionar, pero tan importante para salvar vidas huyendo del hambre y de las guerras, para la defensa de los derechos humanos, a la vez que tan necesario también para una Europa que envejece. Ninguna referencia a que la respuesta sólo puede ir en la línea solidaria con los emigrantes, así como a la apuesta por el reequilibrio mundial de las condiciones de vida, potenciado desde el “Norte” social y geográfico, y por la globalización de los derechos, entre los que el salario digno, “vital”, es uno de los esenciales.

Sobre el Brexit hay una “declaración”[6] que aborda positivamente los problemas de la actual negociación, los riesgos que supone para los trabajadores comunitarios en el Reno Unido, para los británicos en Europa, o los para la ciudadanía irlandesa y para los trabajadores del Campo de Gibraltar; con oposición “al desastre de un Brexit sin acuerdo”. Con la propuesta sindical de cómo hacerle frente, quizás convendría profundizar además en las razones del euroescepticismo o antieuropeismo en sectores importantes de la clase trabajadora europea y plantearse la necesaria respuesta de explicación y acción sindical para “más” y “mejor” Europa, más y mejor “modelo social europeo”.

El impulso de la acción y organización sindical europeas serían sin duda un buen antídoto frente al soberanismo identitario que se expresa en tantos ámbitos con sus contenidos antisolidarios y xenófobos que impulsa las tendencias renacionalizadoras. Uno de los inmediatos objetivos sindicales europeos debería ser desarrollar la acción y la reflexión que permitieran establecer los intereses comunes y solidarios de la clase trabajadora europea, sin olvidar que constituye ya una parte de la clase trabajadora global con, también, intereses comunes que podrían hoy sintetizarse en la “globalización de los derechos”. Así deberíamos ir construyendo una positiva identidad europea como parte integrada en la identidad de la ciudadanía mundial.

En definitiva, bienvenido sea el 14 º Congreso de la CES si, a pesar de sus evidentes deficiencias, estimula la necesaria reflexión sobre el sindicalismo transnacional y nos ayuda a entender la necesidad del sindicalismo europeo como parte del sindicalismo global en la acción y organización sindical de cada día, más allá de los papeles y de algunos encuentros congresuales.



[1] Además del autobombo no justificado al afirmar que la CES y sus afiliados “han diseñado políticas sólidas para el futuro de la economía, la sociedad y el mercado laboral europeos”. Quizás están en el secreto Programa de Acción.




[5] Algunas cifras significativas sobre los aumentos de los Salarios Mínimos en varios países: en Bangladesh se multiplicó por 2,3 en 5 años, en China un incremento similar en 4 años y por 10 en 13 años, en Camboya se dobló el salario mínimo en 3 años, en Vietnam se multiplicó por 12 en 16 años. Cifras que no pueden haceros olvidar los bajos niveles en que aún se sitúan, pero que indican positivas tendencias a tener en cuenta.



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